Durante el año 2010, según estadísticas de la OMS, la malaria produjo 219 millones de casos clínicos y mató 660,000 personas, la mayoría niños africanos pobres. La comercialización de medicamentos tiene que ser una opción secundaria al desarrollo de vacunas para prevenir la enfermedad, aunque ello suponga una disminución de las utilidades que obtiene la industria farmacéutica por este concepto.
domingo, 20 de noviembre de 2011
¿Cómo puede ser un fracasado un hombre que ha escrito más de 300 artículos en las revistas científicas más prestigiosas del mundo y frecuentemente suena para el Nobel?
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Patarroyo recibe los golpes de sus enemigos con una sonrisa, un vodka helado y un dossier exhaustivo de sus logros, ¿un fracasado?, ¿cómo puede ser un fracasado un hombre que ha escrito más de 300 artículos en las revistas científicas más prestigiosas del mundo, se ha codeado con los personajes más poderosos e influyentes y frecuentemente suena para el Nobel? Este es el secreto de su ego.
Por Alejandra López González
Fotografía: Sebastián Jaramillo
Manuel Elkin Patarroyo tiene 64 años, se levanta a las 3.30 de la mañana, desayuna yogur, lleva casado casi toda la vida con María Cristina, la mujer de la que se enamoró en la Universidad Nacional, con la que estudió la carrera de medicina y con la que tiene tres hijos.
El doctor tiene un chofer que lo lleva y lo trae de la casa al trabajo y del trabajo a la casa; no le gusta el cine; manda a hacer la ropa porque según él "nada le queda bien"; es un eterno enamorado de la exreina Taliana Vargas; ha montado en globo; se precia de conocer a los reyes de España y de ser amigo de Fidel; habla hasta por los codos y cuando se entusiasma llama a Martha -su secretaria- para que le sirva un trago puro de vodka bien helado.
Sus amigos más cercanos lo adoran y defienden su trabajo a capa y espada, pero sus enemigos lo atacan duramente y afirman que es un hablador y que vive de su nombre y su fama. Lo cierto es que Patarroyo es un hombre que despierta amores y odios, pero a él eso parece tenerlo sin cuidado.
-¿Aló?
-Habla Manuel Elkin Patarroyo.
Pocas semanas antes de esa llamada algunos medios de comunicación han publicado una nota sobre el abuso por parte de Patarroyo y su equipo de una especie de micos llamada Aotus (también conocidos como micos lechuza o micos nocturnos). La acusación la hace Ángela Maldonado, una administradora de empresas y bióloga, becaria de Oxford, que desde 2003 se ha transformado en la piedra en el zapato del científico colombiano. Maldonado lo acusa de tráfico ilegal de fauna, compra de monos nocturnos provenientes de Perú y Brasil sin contar con permiso por parte de las autoridades de esos países y uso indebido del permiso de caza científica que tiene y que le fue otorgado por Corpoamazonia.
"Por nuestra parte existe una acción popular ante el Tribunal Superior de Cundinamarca y se reabrió una investigación que estaba en estado inhibitorio en la Fiscalía de Leticia", explica. Y agrega que a Patarroyo no lo han condenado porque "cuenta con el apoyo de altos mandos políticos y en este país cuenta más tener amigos y hablar con mucha gente para que las cosas sean hechas de manera corrupta".
Lo cierto es que Patarroyo y Maldonado tienen una pelea casada desde hace ocho años con argumentos y acusaciones que vienen y van, y Patarroyo me está llamando para explicar lo que han publicado los medios. "Yo respondo a la ley. No voy a responder ni a chismes ni a malevolencias. No tengo nada que hablar con ellos", dice enfático refiriéndose a los periodistas que lo han atacado. "Yo sólo respondo ante la ley", repite como si no hubiera sido lo suficientemente claro.
Se despide cordial, con una cordialidad casi exagerada, la misma que ha mostrado desde la primera vez que lo visité hace unos meses en el Centro de Inmunología en donde tiene sus laboratorios y adonde llega -puntualmente- cada mañana.
Patarroyo me recibe en el vestíbulo del edificio del instituto de inmunología en plena 26 con 50. Saluda efusivo, como si le diera tremenda emoción verme y me conduce hasta su oficina. El edificio es como un viaje en el tiempo, típica arquitectura de los años setenta, grandes ventanales y paredes pintadas de blanco. En una de ella hay un mural enorme que el maestro Manuel Hernández ha pintado por encargo del doctor Patarroyo.
-Tengo un sesgo por Alejandro Obregón. ¿Usted sabe que fuimos íntimos? Alejandro y yo nos quisimos mucho, fuimos compañeros de borrachera, comenzábamos con whisky y terminábamos con vodka -me dice. Confiesa ser gran admirador de Miró, Picasso y Botero. En su oficina hay varias obras de Gustavo Zalamea y Manuel Hernández, pero dice que también tiene obras de Armando Villegas, Carlos Salas y Carlos Jacanamijoy.
-Siempre me ha gustado la gente que hace fracturas, los que crean nuevos caminos, y es porque considero que hacen lo mismo que hago yo. Yo estoy quebrando el mundo, todas las vacunas son biológicas y la mía es química. Quebrar camino me identifica con los artistas. Los trabajos de Patarroyo se han enfocado a la investigación de una vacuna sintética para combatir una enfermedad que, cada año, afecta entre 300 millones y 500 millones de personas y mata a cerca de tres millones, en su mayoría niños y mujeres embarazadas. Sin embargo, sus contradictores le critican el hecho de que después de más de treinta años de experimentaciones aún no tenga resultados contundentes y efectivos en humanos.
A pesar de las críticas, sin duda Patarroyo es -junto con Rodolfo Llinás-, uno de los médicos colombianos más reconocidos en todo el mundo. Ha ganado, entre otros, el Premio Príncipe de Asturias en 1994, la medalla de Edimburgo, la medalla Robert Koch y es doctor honoris causa de varias universidades, entre las que sobresalen la Universidad Complutense de Madrid, la Universidad de Valladolid, la de Cantabria, la de Costa Rica y la Nacional de Atenas, además ha publicado artículos científicos en las revistas especializadas más importantes del mundo.
Pero sorprende que a pesar de sus múltiples reconocimientos, colegas como Llinás no se pronuncien ni a favor ni en contra de su trabajo. "Siento mucho mi silencio respecto a mi querido colega Patarroyo. La verdad es que su campo en ciencia es muy diferente del mío y aunque tenemos una cordial amistad no me siento capacitado para emitir un concepto serio sobre sus nuevos descubrimientos", fue la respuesta del doctor Rodolfo Llinás al consultarle sobre el tema.
Después de hablar de arte, hablamos de música.
-Yo soy sordo -dice.
-¡Mentiras!
-En serio, se lo digo en serio. Soy sordo del oído derecho. Tengo sólo diez por ciento de la capacidad auditiva.
Y cuenta la historia. Quedó sordo a los nueve años cuando jugaba a la lleva. "Era díscolo y desobediente", confiesa, "y por no hacerle caso a mi papá quedé sordo". Su sordera no fue impedimento para que aprendiera inglés, portugués y francés ni para viajar por casi todo el mundo. Conoce prácticamente toda América, desde Canadá hasta la Patagonia, salvo Uruguay y Paraguay; ha estado en Europa y en la mayoría de los países africanos, en donde ha aplicado su vacuna. Ha ido a Tailandia, Bangladesh, India y a Oriente Medio.
La ropa la manda a hacer "porque como soy muy ancho de espaldas, lo que arriba me queda bien, abajo me queda enorme". Como ha vivido en el Amazonas y en el África, se acostumbró a comer de todo, "desde zarigüeyas y culebras hasta la comida de los restaurantes más elegantes del mundo, como La Tour d'Argent, Arzak o El Bulli", dice. Cuando se le pregunta qué lee, confiesa que siempre vuelve a los clásicos, principalmente a los griegos. "Me fascina releer a Esquilo, a Eurípides y a Sófocles; pero también me gustan Albert Camus, Jean-Paul Sartre, Paul Valery, André Gide o Thomas Mann".
-Obviamente que por esa amistad tan hermosa y fuerte que mantenemos desde muchísimos años atrás con Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa y José Saramago tengo hermosísimas dedicatorias de ellos en sus libros.
Ese día hace calor en Bogotá y el ambiente está algo denso. Patarroyo está vestido con un suéter azul y pantalón azul a rayas. Habla sin seguir un hilo, salta de un tema a otro y no responde a todas las preguntas. Está sentado en el sofá de su oficina, que es espaciosa y tiene ventanas que dan a un jardín exterior y al parqueadero. Hay una mesa llena de papeles, un escritorio grande, una nevera pequeñita y una biblioteca llena de libros y fotos.
Hay varios cuadros en las paredes y diplomas con todos los títulos, los doctorados honoris causa y las distinciones que ha recibido. Hay fotos con su esposa y sus hijos y con la reina Sofía y el rey Juan Carlos, con Fidel Castro, con Letizia y Felipe y con Gabo. Fotos así, puestas en portarretratos encima de las mesas a la vista de todo el mundo. Pero además hay álbumes.
-Martica, ¿me traes por favor los álbumes?
Y Martica entra con tres álbumes gordos y pasados de moda en donde hay fotos de Patarroyo con Raimundo y todo el mundo. Pero lo que más me llama la atención es el álbum con Fidel. Es un solo álbum en donde está registrada una de sus muchas visitas a Cuba y en donde en varias fotografías se ve a un Patarroyo mucho más joven junto a un Fidel en sus años mozos, vigoroso y lleno de poder. Ambos sonrientes, felices y cómplices.
"Yo empecé a trabajar en ciencia desde el primer semestre, eso fue en 1965. Todos mis compañeros estaban fascinados por la revolución cubana y me acusaban de ser de derecha porque no estaba de acuerdo con la violencia y porque además me iba a estudiar a Yale. Curiosamente, esos compañeros, que siempre me acusaron, luego me hicieron un homenaje en el que estaban todos los de extrema izquierda, y ese día llevé una de las fotos con Fidel para que supieran que yo, el vende patria, era el único de todos ellos que se había sentado con él, y no solamente era el único que lo conocía personalmente, sino que había sido condecorado por Cuba con la máxima distinción".
Los más cercanos le dicen Pata. Poca gente le dice Elkin. Declara tener memoria fotográfica. No va al psiquiatra y tampoco va a misa, pero dice creer en Dios. Es de pocos amigos, pero tiene uno, Ismael Roldán, al que Patarroyo califica como "amigo del alma".
Se conocieron hace 35 años en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional. "Desde muy joven Elkin dijo que quería trabajar en vacunas y era tal su pasión que trasladó prácticamente su habitación al laboratorio. Es monotemático, sólo habla de vacunas y me consta que incluso rechazó un trabajo político que le ofreció el expresidente Turbay para trabajar en esto", cuenta Roldán.
-Pero algo de loco debe tener... En serio, ¿no ha ido nunca al psiquiatra, doctor Patarroyo?
-Los mismos psiquiatras me dijeron que no se metían conmigo. Me lo dijeron en un congreso nacional de psiquiatría: que a Patarroyo era mejor dejarlo quietico.
-¿Y al médico?
-Al médico sí voy, pero sólo me dejo ver de José Félix Patiño y de Eduardo Londoño Schimmer.
Confiesa que no cree en la genialidad sino en el talento. "Los talentos se centran en los sentidos y uno lo que hace es seleccionar e impulsar un talento".
Con Patarroyo trabajan 80 personas en total, entre personal que está en Bogotá y el que está en Leticia (Amazonas), que son los que realizan los experimentos con los famosos micos. Dependiendo de su nivel y experiencia, sus empleados pueden ganar entre un millón ochocientos mil pesos y dos millones quinientos mil pesos mensuales, los más novatos; entre siete y ocho millones de pesos mensuales los que tienen algún doctorado en ciencias y llevan junto a él entre 11 y 24 años de trabajo.
Patarroyo me lleva a conocer todo el instituto, me presenta desde el recepcionista hasta el que trabaja en el último rincón, el del archivo, la gente de los laboratorios, los del área administrativa y luego en un pasillo del segundo piso me hace parar frente a un cuadro con retratos de Premios Nobel.
Muestra orgulloso el retrato de Bruce Merrifield (nobel de química en 1984) quien fue su profesor y mentor. Luego habla de todos los premios Nobel que de una forma u otra han tenido que ver con su vida y su carrera. "Estos fueron mis compañeros", dice señalando a Gerald M. Edelman (nobel de medicina en 1972), a David Baltimore (nobel de medicina en 1975) y a Gunter Blobel (nobel de medicina en 1999).
Del cuadro de retratos de los premios nobel vamos hasta un pequeño archivo de puertas correderas. Las abre y en su interior hay montones de tubos de ensayo marcados con letras y números, todo absolutamente incomprensible para mí.
- Tenga aquí mijita y cuidadito me la va a dejar caer -me dice pasándome una caja llena de tubos de ensayo. Me explica que en esos tubos hay 38.000 moléculas (o péptidos) sintetizados a lo largo de todos estos años en la búsqueda de la vacuna totalmente efectiva contra la malaria, la tuberculosis, la hepatitis C o el papiloma.
- El mayor logro de mi vida es haber desarrollado un concepto que conduce a un método que lleva al desarrollo de una vacuna. Concepto-método-resultado. Eso creo que es lo más grande que he hecho hasta ahora.
- Pero no me diga que no lo obsesiona ganarse el Nobel...
- ¿Sabe que ya no? Ya ni siquiera pienso en eso -responde mientras me quita de las manos la caja de tubos de ensayo y la vuelve a poner en su lugar.
En una oficina diminuta Patarroyo le pide a un muchacho joven, de gafas gruesas, que entre al sistema y haga la búsqueda. Él obedece, abre un programa especial e introduce primero el apellido y luego el nombre. El sistema arroja el número 325.
Se trata de las 325 publicaciones en revistas científicas del más alto nivel, entre las que sobresalen Chemical Reviews -una de las más importantes del mundo-, Nature, The Lancet y Journal of Infectious Diseases.
- El mundo de la ciencia se mide por las publicaciones científicas y usted misma está viendo en el sistema, no es que yo me lo esté inventando, no lo digo yo, lo dice el sistema que Manuel Elkin Patarroyo tiene 325 publicaciones científicas. Y es verdad. La más reciente fue en Chemical Review, en donde se publicó un extenso artículo sobre el método para el desarrollo de vacunas sintéticas, justamente lo que él afirma es su gran logro.
Al regresar a su oficina saca media botella de vodka de la nevera pequeña que está cerca del escritorio y llama a Martica para que le traiga los vasos. Patarroyo se acomoda en el sofá mucho más relajado y sosegado que al principio, él mismo sirve los tragos y lo veo tan tranquilo que hasta incluso pienso que en cualquier momento se va a quitar los zapatos y a estirar las piernas moviendo de un lado a otro su vasito de vodka helado en la mano.
Nos tomamos dos vodkas sin hielo, mientras volvemos a hablar de arte, de pintores famosos, de la reina y del rey de España y de Letizia y el príncipe de Asturias. Luego salgo a la 26 ya de noche con el tráfico y las luces de la ciudad. Haber estado toda una tarde con Patarroyo me ha dejado con cierto mareo y cierta euforia. Patarroyo es un excelente conversador y tiene un ego bien alimentado, pero lo cierto es que hoy la vacuna contra la malaria aún no funciona y el mundo espera ansioso a que Patarroyo termine de crearla.
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