El
ecologismo, no la ecología, se ha convertido en una fuente de jugosos ingresos para
ciertos grupos cuya mayor habilidad, quizá la única, consiste en atizar esa
especie de histeria colectiva en que han convertido la protección del ambiente
y de los recursos naturales, pero sin que se sepa bien de que se trata su
alharaca, impecablemente barnizada de verde, detrás de la cual se ocultan intereses
enormes, comerciales, estratégicos, políticos y hasta militares, por extraño
que parezca.
Que
el interés comercial prima sobre la protección ambiental y de recursos
naturales queda demostrado más allá de toda duda cuando es el mismo Estado
colombiano el que declara “reserva estratégica para la explotación minera” 17.6
millones de hectáreas de bosque amazónico sin que ninguno de los autodenominados
grupos conservacionistas haya dicho ni una palabra al respecto.
Los
argumentos presentados para tal declaratoria son verdaderamente ofensivos: Que
la minería ilegal y de pequeña escala debe ser reemplazada por una altamente
tecnificada y respetuosa ambientalmente, como si fuera posible extraer
minerales sin destruir la selva, como si la llaga que constituye el Chocó, técnicamente
sobreexplotado, envilecido, envenenado y empobrecido no existiera. Como si la
extracción manual de unos cuantos gramos de mineral fuese más dañina que la automatizada
de centenares de toneladas. Digan lo que digan los calanchines de la
megaminería, no es posible hacerla sin afectar gravemente el ambiente.
No
hubo en el Chocó ninguna defensa para nuestros recursos ni para la población,
pero si ríos de dinero que fueron a parar a los bolsillos de las compañías
extranjeras que ahora aspiran a repartirse la torta del Amazonas. Dinero que
con toda seguridad alcanzó para suavizar los escrúpulos de los encargados de
autorizar el asalto, si es que alguien los tuvo alguna vez, de la misma manera
en que las farmacéuticas corrompen sistemas de salud enteros, elevan
condiciones naturales como el envejecimiento a la categoría de enfermedad y hacen cualquier cosa para eliminar la
competencia, todo con el silencio cómplice de quienes deberían defendernos. Los
conservacionistas no estuvieron ni están ahora cuando y donde se les necesita.
No me merecen ninguna credibilidad estos grupos, y seguramente a ningún colombiano inteligente, por lo menos hasta que las personas tengan un valor mayor o igual al de las ranas, micos, sapos y culebras que con tanta vehemencia dicen defender. O hasta que tengan el valor de plantársele, sin patrocinios ni fanfarrias de ninguna clase, a los que nos cambian riqueza por enfermedad, miseria, desiertos, sequías y lodazales fétidos.
Fernando Márquez
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