El doloroso suicidio de Miguel Ángel Olea, un destacado estudiante que
representó al país en el concurso Lunabotics Mining Competition de la NASA en el 2012, en
el que obtuvo el segundo lugar entre representantes de 70 países de todo el mundo, habla de una escuela castradora e inepta, incapaz
de ver más allá de sus anacrónicos preceptos disciplinarios y académicos. Al colegio le
quedó grande impulsar un estudiante que se salía del montón, que si era capaz de
resolver problemas de la vida real, que tenía un futuro brillante. Esa es la
razón por la cual ocupamos el último lugar entre 44 países en las pruebas PISA: se premia la mediocridad, se criminaliza la inteligencia. Se pierde el año y a veces también la vida.
Foto El Tiempo
Pero no se crea que esto ocurre solamente en los colegios: el mismo
gobierno, la academia, Colciencias y el Icetex, no
se han dado cuenta de que muchos jóvenes brillantes y capaces pese a la
mediocridad del sistema que los deforma en lugar de educarlos, tienen que irse
del país que necesita desesperadamente sus conocimientos y capacidad pero que
no tiene ganas de proporcionarles aunque sea las condiciones mínimas para
investigar y desarrollar conocimiento útil y soluciones inteligentes y de largo
plazo.
El Profesor Manuel Elkin Patarroyo, el científico más destacado que ha
producido este país, el que imaginó y creó la primera vacuna químicamente hecha
en el mundo y la primera contra un parásito, trabajo que desde hace años le
garantizó un puesto de honor en la historia de la medicina universal, es un
paria en su propio país. El día en que tenga que irse para no morirse de hambre
habrán matado la única esperanza que tenemos de ser reconocidos por salvar
vidas, no por acabarla en todas sus formas. Será un día de vergüenza nacional.
Dedicar toda la vida a investigar, educar y hacer ciencia es en Colombia un delito más grave que robarse miles de millones del erario público, lo cual se logra en pocos meses y sin mucho esfuerzo, bastan unos compinches bien ubicados y un poquito de la malicia indígena de que tanto nos ufanamos para lograrlo. El trabajo y la disciplina son para los pendejos, dicen, y nos lo creímos.
Foto de Archivo particular
Los jueces que aceptaron los argumentos enclenques de los acusadores
de oficio de Patarroyo y su grupo son a la investigación y la ciencia lo mismo que los "educadores" de
Miguel Ángel Olea y muchos otros jóvenes brillantes y promisorios a su futuro:
un estorbo más que se debe superar, aunque algunos pierdan la vida en ese intento.
O tengan que irse a algún lugar donde la vida humana merezca tanto respeto como los sapos, los micos y las serpientes.
Nos queda grande un científico que no tiene precio, que se sale del
montón, que sí es capaz de resolver problemas de la vida real. Él y la juventud
que piensa y por eso no cabe aquí son la razón por la cual nos llaman
eufemísticamente "un país emergente", es decir, un país pobre,
dependiente e incapaz de solucionar sus propios problemas.
Fernando Márquez
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