Manuel Elkin Patarroyo - Foto de EL ESPECTADOR
Estos
dos organismos son autoridades en la materia, gozan de credibilidad y confianza
en los círculos académicos y científicos del país, cuentan con personal
calificado y con equipos que garantizan la exactitud de sus dictámenes, que al
fin de cuentas no hicieron sino comprobar técnicamente lo que los indígenas de
los resguardos amazónicos vienen diciendo hace tiempo: allí no se ha cometido
ningún ilícito. No es cierto que los
micos sean colectados –no cazados– en los países vecinos y vendidos en Leticia.
Los micos son colombianos.
Entonces
la acusación de tráfico ilegal de especies animales queda sin piso, lo mismo
que el fallo del Consejo de Estado que obligó al cierre de la estación de
primates que Patarroyo tenía en Leticia, crucial para el desarrollo de vacunas
contra la malaria y otras enfermedades.
Le
corresponde ahora al Consejo de Estado encontrar rápidamente una solución
jurídica que permita revisar el caso y corregir el error cometido. Aquí no cabe
el concepto de cosa juzgada ni es aceptable la perpetuación de una condena
originada en errores de apreciación y en el desconocimiento de los magistrados que no se asesoraron
adecuadamente. Algo va de los artículos
e incisos a los virus y bacterias, por ejemplo.
Cuando
los abogados, cuya formación es muy diferente a la de los científicos que
trabajan con patógenos, legislan sobre temas que ignoran o lo hacen con base en
dichos de otros o en sus personales concepciones del universo y de la justicia,
se corre el riesgo de entorpecer investigaciones importantes para resolver
problemas relacionados con la salud y la vida humanas o peor aún, de desvirtuar su razón de ser.
El
tiempo perdido es irrecuperable, pero algo bueno puede quedar aún de todo esto:
la obligación de que jueces y magistrados convoquen siempre a los mejores
expertos disponibles en las materias a juzgar para que lo puedan hacer con
certeza e imparcialidad. Errar es humano, pero permanecer en el error a
sabiendas es reprobable e indigno. La justicia colombiana no puede seguir
siendo objeto de la desconfianza de los colombianos ni instrumento de quienes
por cualquier razón se consideran superiores a ella.
Si hay que revisar, revisemos,
con eficacia y prontitud, que lo que está en juego es la vida de centenares de miles de personas que necesitan soluciones urgentes, no alegatos ni discusiones estériles que solo benefician a quienes comercian con la salud y la vida humanas. A los muertos y sus familias no les sirve de nada el argumento de que las pruebas se produjeron extemporáneamente.
Fernando
Márquez
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