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Lunes 06 de Julio de 2015 - 06:14 AM
Los micos: El talón de Aquiles de Patarroyo, una lucha que no acaba
Manuel Elkin Patarroyo es querido y odiado, es mediático y
criticado. Pero dice que no le importa, que lo importante es encontrar
la vacuna contra la malaria que ya tiene avanzada en más del 80 por
ciento.
Colprensa / VANGUARDIA LIBERAL
Los micos: El talón de Aquiles de Patarroyo, una lucha que no acaba(Foto: Colprensa / VANGUARDIA LIBERAL)
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El científico colombiano tiene don de gentes que a muchos les
agrada, pero que a otros le resulta sospechoso. Sin embargo sabe que
solo tiene un talón de Aquiles: los micos del Amazonas con los que
experimenta pero que ahora le toca contar.
Un hombre con camisa blanca, siempre con camisa blanca, así viste
Patarroyo. Ya no es flaco, es robusto y calvo, por eso cuando ve a
alguien con pelo largo se ríe y dice que él es la cabeza más brillante
de Colombia. Lo dice por su calva, lo dice por sus logros, lo dice por
su ego. También, es un hombre de anécdotas, pero no con cualquiera, los
personajes de sus historias no bajan de expresidentes, de escritores, de
periodistas, de los reyes de España. Ya lo saben: Patarroyo es
vanidoso.
Es una persona amable. Saluda a todos y a todas con una gran
sonrisa, aunque ni se acuerde de quiénes son. Y suele decir que su
segundo empleo es ser modelo. Él es un científico famoso, para algunos,
por sus avances en la vacuna sintética contra la malaria, para otros,
por su carisma e influencia en medios.
Pero Patarroyo no anda solo. Lo acompaña un 'Pulgarcito', como él
mismo le dice a un personaje que nunca fue pequeño, un amazonense alto y
de contextura gruesa. Edgardo González. Un personaje que estudió
biología para la región de Amazonas, un experto en fauna y flora.
Así como Edgardo, lo acompaña Teódulo Quiñónez, un epidemiólogo
quien trabajó con Patarroyo en el Centro de Erradicación de la Malaria,
otro 'Pulgarcito' con quien logró los primeros avances de la vacuna; y
Anny Rodríguez, una psicóloga amable, de risa contagiosa que decidió
irse a vivir al Amazonas por dos años para apoyar el proyecto de
diagnóstico de cáncer de cérvix. Un programa que dirige Sara Soto, otra
de sus compañeras.
Patarroyo parece haber tenido una vida plena, se conoce el Amazonas y
disfruta en silencio de su belleza. Es de esos que recuerda frases
célebres, como la que está en el cementerio de su pueblo: “Aquí terminan
las vanidades del mundo”, una frase que no duda en citar en una
estrellada noche en medio del río más grande del mundo. Pero está
preocupado.
“Resulta que aquí venían a decir que esto es un matadero de micos,
que esto es un torturadero y yo dije, 'no son pares míos, esto no lo
tengo que contestar, no tengo que decir nada'. Tal vez ahí sí pequé.
Pequé al no querer involucrarme en la pelea”, dice.
Este contenido ha sido publicado originalmente en Vanguardia.com en la siguiente dirección: http://www.vanguardia.com/colombia/318170-los-micos-el-talon-de-aquiles-de-patarroyo-una-lucha-que-no-acaba.
Si está pensando en hacer uso del mismo, recuerde que es obligación
legal citar la fuente y por favor haga un enlace hacia la nota original
de donde usted ha tomado este contenido. Vanguardia.com - Galvis Ramírez y Cía. S.A.
Lunes 06
de Julio de 2015 - 06:14 AM
El
artículo es un buen resumen de lo que es, de lo que significa Manuel Elkin
Patarroyo para el Amazonas, para la ciencia, para la humanidad y para sus
enemigos. Para unos, es la única esperanza concreta de resolver sus problemas
de salud y bienestar. Para los otros, sus
enemigos, un obstáculo formidable en su objetivo de enriquecerse. Son gente y
organizaciones con mucho dinero y pocos escrúpulos, que no vacilan, inteligentes
y astutos, debo reconocerlo, que atacan con método, frialdad y desprecio absoluto
por las necesidades de la gente más vulnerable.
Toda
la andanada jurídica, las imposiciones absurdas y difíciles de cumplir, el
bloqueo económico y las acusaciones ridículas, como las de quienes afirman que
Patarroyo los intimida por el simple hecho de ejercer su derecho la defensa y
el debido proceso, son solo parte de un andamiaje siniestro y poderoso, pero no
lo suficiente para impedir la tarea que se autoimpusieron Patarroyo y su grupo.
Hay voces
que protestan con sinceridad por el uso de los micos, porque de buena fe creen las
historias de tráfico y maltrato de los otros, ya suficientemente desvirtuadas,
por eso el Consejo de Estado revocó su fallo inicial; porque son personas lo bastante
sensibles como para preocuparse por los animales, convertidos en el eje de la
discusión por los interesados para estorbar y desviar la atención de los
enfermos y muertos por malaria.
“Así mismo, dice
Laureano del Águila, coordinador del resguardo indígena de Aticoya, le pide a Corpoamazonía que les dé el
permiso, que su gente se está muriendo de malaria. Para el año 2012 se
registraron 1.367 casos; en 2013, 3.171; en 2014 el número de casos es el mismo,
pero temen que luego de la inundación, los casos para este año aumenten. Y si
el señor que dice que quiere contar los micos, pues que venga a Aticoya, que
desde aquí le hacemos, sanamente, ampliamente la invitación, que comparezca a
la institución y que las autoridades personalmente, iremos al campo a contar
cuántos son”, agrega Laureano. Pero no irán, obviamente, les
interesa mantener el argumento del conteo durante todo el tiempo posible, que
es una manera legal de torpedear. Legal pero inhumana.
También
hay algunos pocos, 7 u 8, que hacen alharaca, insultan y agreden sin razón, sin
preguntarse nunca el porqué de las cosas, sin pensar, los que ensucian los
foros en que se menciona a Patarroyo. Lo
hacen porque es lo que son, dan de lo que tienen. Son los idiotas útiles que
nunca faltan.
Fernando Márquez
Los micos: El talón de Aquiles de Patarroyo, una lucha que no acaba (Foto:
Colprensa / VANGUARDIA
LIBERAL)
Manuel Elkin Patarroyo es querido y odiado, es mediático y criticado. Pero dice
que no le importa, que lo
importante es encontrar la vacuna contra la malaria
que ya tiene avanzada en más del 80 por ciento.
Colprensa / VANGUARDIA LIBERAL
El científico colombiano tiene don de gentes que a muchos les agrada, pero que
a otros le resulta sospechoso. Sin embargo sabe que solo tiene un talón de
Aquiles: los micos del Amazonas con los que experimenta pero que ahora le toca
contar.
Un hombre con camisa blanca, siempre con camisa blanca, así viste Patarroyo. Ya
no es flaco, es robusto y calvo, por eso cuando ve a alguien con pelo largo se
ríe y dice que él es la cabeza más brillante de Colombia. Lo dice por su calva,
lo dice por sus logros, lo dice por su ego. También, es un hombre de anécdotas,
pero no con cualquiera, los personajes de sus historias no bajan de
expresidentes, de escritores, de periodistas, de los reyes de España. Ya lo saben:
Patarroyo es vanidoso.
Es una persona amable. Saluda a todos y a todas con una gran sonrisa, aunque ni
se acuerde de quiénes son. Y suele decir que su segundo empleo es ser modelo.
Él es un científico famoso, para algunos, por sus avances en la vacuna
sintética contra la malaria, para otros, por su carisma e influencia en medios.
Pero Patarroyo no anda solo. Lo acompaña un 'Pulgarcito', como él mismo le dice
a un personaje que nunca fue pequeño, un amazonense alto y de contextura
gruesa. Edgardo González. Un personaje que estudió biología para la región de
Amazonas, un experto en fauna y flora.
Así como Edgardo, lo acompaña Teódulo Quiñónez, un epidemiólogo quien trabajó
con Patarroyo en el Centro de Erradicación de la Malaria, otro 'Pulgarcito' con
quien logró los primeros avances de la vacuna; y Anny Rodríguez, una psicóloga
amable, de risa contagiosa que decidió irse a vivir al Amazonas por dos años
para apoyar el proyecto de diagnóstico de cáncer de cérvix. Un programa que
dirige Sara Soto, otra de sus compañeras.
Patarroyo parece haber tenido una vida plena, se conoce el Amazonas y disfruta
en silencio de su belleza. Es de esos que recuerda frases célebres, como la que
está en el cementerio de su pueblo: “Aquí terminan las vanidades del mundo”,
una frase que no duda en citar en una estrellada noche en medio del río más
grande del mundo. Pero está preocupado.
“Resulta que aquí venían a decir que esto es un matadero de micos, que esto es
un torturadero y yo dije, 'no son pares míos, esto no lo tengo que contestar,
no tengo que decir nada'. Tal vez ahí sí pequé. Pequé al no querer involucrarme
en la pelea”, dice.
El problema de tan polémico hombre empezó con la acción popular que interpuso
Ángela Maldonado para denunciar a la Fundación Instituto Inmunológico de
Colombia -Fidic- por presunto tráfico animal; según ella, porque los micos que
usaban como objeto de estudio no serían solo colombianos –Autos Vociferans-,
sino también peruanos –Aotus Nancymaae - y de paso, por posible maltrato animal.
A él no le gusta mencionarla, no quiere darle importancia, es “la innombrable”,
afirma. Pero ella, una administradora de Empresas con maestría en Conservación
de Primates, con Doctorado en Conservación y es directora de la Fundación
Entrópika, logró darle donde más le duele, en su talón de Aquiles. Claro que
algunos sospechan que no lo hizo sola, que tuvo compañía.
Gracias a su denuncia, el Tribunal Administrativo de Cundinamarca suspendió la
licencia que tenía para capturar los micos y en 2013, la decisión fue
ratificada por la Sección Tercera del Consejo de Estado. Pero un año después, y
luego de una tutela interpuesta por Patarroyo demostraron que los monos sí eran
colombianos. El problema, y la razón por la cual el hombre que dice tener la
cabeza más brillante de Colombia acepta que pecó, es que para reiniciar su
investigación con todas las de la ley tendrá que esperar más tiempo, más del
que se imaginaba.
- Ahora sí, cuando se comprobó que aquí no había tráfico ilegal por medio de
ADN. ¡Imagínese!, 1.300 millones de pesos le costó el estudio al país para
demostrar que los micos eran colombianos, lo que ya se sabía desde 1976. Los
animalistas dijeron, “no, es que están trayendo micos del Perú”, y ahora, ¡hay
que contarlos! - Dice Patarroyo en lo que parece ser la última cena: él en el
centro, frente a una mesa con mantel blanco, y su equipo alrededor,
distribuidos en el kiosco que está dentro de la estación de la Fidic-.
- ¿Y quién va a hacer ese censo?, pregunta Teódulo, mientras descruza sus brazos
y se toca la cabeza.
- Van a hacer el proyecto, entonces le están tirando 10 años... Responde
rápidamente Edgardo.
- Están tirándole a eso -continúa Patarroyo-. Lo que la gente no ha entendido
es que no tienen nada que ver. ¡Son una parranda de idiotas útiles!, porque
esto es una pelea económica. Es una pelea en donde el que queda de pie es el
que saque la vacuna. Y, el que tenga el control de los micos, tiene el control.
Punto.
El científico tolimense explica que multinacionales como Glaxo, Merck, Bill
& Melinda Gates están financiando 50 grandes grupos para sacar la vacuna.
Compañías que tienen mucho dinero pero que solo les falta una cosa: los micos.
Pero, ¿por qué tanto interés? Porque tienen el mismo sistema inmune y así
podrán tener la certeza de que su investigación funcionará sin tener que probar
en humanos.
-"Ahora, el que salga con la vacuna -y yo quiero dar esa pelea porque
llevo 35 años en esto-, es la persona que va a tener el mercado de 3.500
millones de personas. ¿Me sigue?, –pregunta y hace una pausa-. Ahora, véndala a
cinco dólares, o sea, mil pesos. Eso no lo van a hacer ellos. Nosotros vamos a
venderla a 20 centavos de dólar, que es donde nos tiramos a todo el mundo”,
concluye Patarroyo en una reunión que se da un día antes de irles a contar a
los indígenas que Corpoamazonía no les dirá si pueden o no colectar micos para
la investigación antes de que se haga un censo de cuántos Aotus Nancymaae y
Aotus Vociferans hay.
Hay sol en Leticia. Un sol que resalta los detalles de la colorida capital
amazonense. Lástima que también por los huecos de las vías, la basura de las
calles, la gran cantidad de perros callejeros -que en mayoría tienen algún tipo
de enfermedad-, y las líneas de humedad que le recuerdan a la población la
inundación se produjo desde el mes de mayo y que ahora está bajando por el
repique del Río Amazonas, uno de los más altos desde hace cuatro años.
Patarroyo, Edgardo y Anny, van en camino para el bote que los llevará a la
comunidad de Ticoya para reunirse con los curacas de la Asociación de
Autoridades Indígenas Ticunas, Kocamas y Yaguas, que se resume en Aticoya. Pero
también, para contarles sobre el nuevo laboratorio de biología molecular, que
estará dispuesto para hacer el diagnóstico rápido y tratamiento de malaria,
cáncer de cérvix y otras enfermedades infecciosas por la financiación de la
Gobernación de Amazonas.
“Es nuestra obligación contarles que tenemos que lidiar con ideas poco
analizadas respecto a lo que es el manejo sostenible de la fauna amazónica - dice
Edgardo mientras el bote inicia un recorrido de hora y veinte minutos por los
87 kilómetros que dividen a Leticia del Resguardo-. A quién se le ocurre decir
que debemos contar la totalidad de micos, no solo en el departamento de
Amazonas, sino en toda la región amazónica para poder decir si se puede o no
seguir capturando. Ya tienen unos datos básicos de más de siete estudios que
dicen que hay 24 animales por kilómetro cuadrado y está comprobado desde 1976”,
afirma.
El lugar es hermoso, el verde del pasto y el azul del cielo lo hacen llamativo.
Las casas de madera contrastan con modernas antenas de Directv y hay música de
todo tipo a gran volumen por un evento de la comunidad, suenan varios géneros
musicales y dicen que es raro, porque a ellos lo que les gusta es el vallenato.
A la llegada de Patarroyo todos lo saludan, pero tiene que esperar con sus
compañeros porque los curacas están reunidos.
"Curacas nuevos, reelegidos, excuracas, expresidentes, gracias por atender
este llamado que se hizo en menos de 24 horas", dice un hombre de estatura
pequeña, con pantalón corto, camisa de rayas y cabello largo. "Para los
curacas nuevos, Aticoya ha venido desarrollando un proyecto político para la
humanidad en cabeza del único científico colombiano, Manuel Elkin Patarroyo”,
dice con voz enérgica Laureano del Águila, coordinador del territorio de
Aticoya.
La reunión se realiza en un gran salón de madera, decorado con máscaras
indígenas; tiene una mesa con sillas listas para la comisión del Doctor, en
donde también se sienta el Presidente y el Expresidente del Resguardo, y al
frente muchas sillas verdes para todas las autoridades. El lugar no tiene
ventilador, y poco a poco el calor se hace más intenso.
“Él personalmente –continúa Laureano, a quien todos le dicen Geronimo por su
parecido con un líder indígena estadounidense- manifestará a las autoridades y
a los colectores, cómo van estas demandas. (…) Y ustedes saben muy bien que
Aticoya, bajo un mandato ordenó que la señora que nos denunció, la Fundación
Entrópika, y todos los que trabajan con ella, no les está permitido penetrar en
este territorio”, les recuerda.
La introducción fue larga. Especialmente por la presencia de nuevos curacas
-líderes de la comunidad que se eligen cada año con posibilidad de reelección y
en los que pueden participar jóvenes y viejos-. En el salón predominan los
hombres, son pocas las mujeres que se ven, y reparten gaseosa y pan dulce para
todos. El Presidente le da paso al Doctor Patarroyo.
“(...) Entonces, en esencia la acusación era de tráfico ilegal, pero los
traficantes son ustedes. Lo más gracioso es que los micos viven al otro lado
del río, fuera que me dijeran que están trayendo los micos desde La Guajira,
desde Maicao, eso lo entendería uno, pero la acusación es del otro lado del
río. En esencia ustedes son del Amazonas, ustedes son de acá, de esta región, y
su familia vive aquí como viven al otro lado del río”, les dice el científico.
Así como para Patarroyo, Edgardo considera inconcebible la idea de contar los
animales, no solo porque no tienen ideas de frontera –se pueden pasar de país a
país cada vez que baja el río, dicen- sino también, porque no clasifican a las
personas o comunidades por nacionalidad, solo piensan que son amazonenses, son
del río Amazonas.
“Resulta que esa gente decidió que podemos trabajar solo con los micos
Vociferans, no con los que ustedes capturan que son los Nancymaae, -continúa el
científico-. La lucha venía porque decían que los Nancymaae eran peruanos,
ahora se sabe son colombianos, pero resulta que no solamente tienen que llevar
la contabilidad de los tales peruanos sino también de los tales colombianos.
Ah, y que no podemos trabajar desde el río Loretoyacu, hasta la frontera con el
Perú. Los que tienen la puntica, de la parte de encima de Loreto yacu, sí
pueden capturar micos, los que están por debajo no pueden. Entonces no lo
acepto. La medida segrega, y fuera de eso busca la confrontación entre
ustedes”, les dice Patarroyo.
Según Julián Andrés Gil, el veterinario encargado de la estación de la Fidic,
los indígenas tienen que dejar un registro de dónde traen los animales. La ley
es que solo pueden capturar en su comunidad, “Yo no me puedo ir de Macedonia a
coger micos en Puerto Nariño, eso se respeta”, dice. Por lo tanto, con la
limitación para la captura de micos entre cuatro y cinco comunidades quedan
fuera del proyecto de la investigación.
La reacción de los indígenas es tímida al principio, se ven preocupados, pero
no demoran en reírse. Algunos graciosos dicen que les hablen, y si el mico
habla en portugués es porque es del Brasil. Pero fuera de los chistes, todos
concluyen en lo mismo: “que vengan ellos, que ellos los cuenten”.
Varios curacas se levantan y proponen la elaboración de un acta. Un documento
en donde todas las comunidades firmen y declaren su apoyo a la investigación
que realiza Patarroyo. Su interés, como ellos mismos los dicen, es el “(…) de
aportarle algo a la humanidad” y de paso, recibir el 0.5 por ciento de la
totalidad del dinero de las vacunas al que se comprometió la Fundación bajo la
dirección de Patarroyo para invertir en educación y en salud.
La necesidad de estas comunidades es inminente -pese a que tienen Directv-.
Amazonas parece un paraíso abandonado. La educación es limitada; el agua, dicho
por el mismo Secretario de Salud, Hernán Rafael Gutiérrez, no es potable, y el
hospital de Leticia y los centros médicos están en mal estado.
“Lo de la salud ha sido permanente, ya cumplí 38 años y llevamos 38 años con la
misma problemática. Por eso es que apoyamos el proyecto de los monos para el
estudio, porque es la única salida que tenemos y la esperanza es que nosotros
podamos en un futuro, mejorar la salud y la educación, que es lo que tenemos
pactado con el doctor Patarroyo una vez se logre lo de la vacuna”, dice el
expresidente de Aticoya, Manuel Ramos.
Así mismo, Laureano le pide a Corpoamazonía que les dé el permiso, que su gente
se está muriendo de malaria. Para el año 2012 se registraron 1.367 casos; en
2013, 3.171; en 2014 el número de casos es el mismo, pero temen que luego de la
inundación, los casos para este año aumenten. “Y si el señor que dice que
quiere contar los micos, pues que venga a Aticoya, que desde aquí le hacemos,
sanamente, ampliamente la invitación, que comparezca a la institución y que las
autoridades personalmente, iremos al campo a contar cuántos son”, agrega
Laureano.
Patarroyo parece haber ganado su confianza, su total confianza. Él dice que los
conoce casi a todos desde que eran niños, y ellos no lo contradicen. Su
investigación y la fascinación que le causó el departamento lo llevó a quedarse
allá. Cuenta sonriente, que cuando llegó por primera vez al Amazonas pensó
"¿cuándo volveré?, y ahora que estoy acá, me pregunto cuándo me largaré”,
dice entre risas.
De vuelta al bote, la gente le ofrece frutas para la alimentación de los micos,
y hasta le dicen que le tienen animales para su investigación. Él responde que
lo esperen, que están mirando cómo volver a empezar.
Así mimo, un señor le pregunta por qué no le atienden a su hijo de 10 años.
Dice que no lo revisan porque no tiene fiebre, que no entienden por qué.
-La fiebre dura de cuatro a ocho horas, ¿cierto?, en ese momento es que se
puede pillar el parásito en la sangre. Por eso le dicen, llévelo cuando tenga
fiebre.
-Ahhh, sí doctor, esa era mi pregunta. Dice el hombre preocupado, mientras el
niño permanece sentado.
Ese es el doctor Manuel Elkin Patarroyo, un hombre de camisa blanca, gordo y
calvo que parece una estrella de rock aclamada por todos. Un hombre que está a
la espera de la respuesta de un incidente de desacato contra Corpoamazonía para
que no tenga que contar micos y siga investigando en favor de la humanidad. Es
un hombre, que parece tener a su favor algo que pocos tienen, el Amazonas. Pero
al fin y al cabo, un hombre. Un hombre con talón de Aquiles.
“Yo nunca me imaginé el problema de los micos. Todo me lo imaginé: las
multinacionales, las críticas, la responsabilidad tan grande, pero lo de los
micos, nunca”, dice Manuel Elkin Patarroyo.
Colombia
Lunes 06 de Julio de 2015 - 06:14 AM
Los micos: El talón de Aquiles de Patarroyo, una lucha que no acaba
Manuel Elkin Patarroyo es querido y odiado, es mediático y
criticado. Pero dice que no le importa, que lo importante es encontrar
la vacuna contra la malaria que ya tiene avanzada en más del 80 por
ciento.
Colprensa / VANGUARDIA LIBERAL
Los micos: El talón de Aquiles de Patarroyo, una lucha que no acaba(Foto: Colprensa / VANGUARDIA LIBERAL)
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El científico colombiano tiene don de gentes que a muchos les
agrada, pero que a otros le resulta sospechoso. Sin embargo sabe que
solo tiene un talón de Aquiles: los micos del Amazonas con los que
experimenta pero que ahora le toca contar.
Un hombre con camisa blanca, siempre con camisa blanca, así viste
Patarroyo. Ya no es flaco, es robusto y calvo, por eso cuando ve a
alguien con pelo largo se ríe y dice que él es la cabeza más brillante
de Colombia. Lo dice por su calva, lo dice por sus logros, lo dice por
su ego. También, es un hombre de anécdotas, pero no con cualquiera, los
personajes de sus historias no bajan de expresidentes, de escritores, de
periodistas, de los reyes de España. Ya lo saben: Patarroyo es
vanidoso.
Es una persona amable. Saluda a todos y a todas con una gran
sonrisa, aunque ni se acuerde de quiénes son. Y suele decir que su
segundo empleo es ser modelo. Él es un científico famoso, para algunos,
por sus avances en la vacuna sintética contra la malaria, para otros,
por su carisma e influencia en medios.
Pero Patarroyo no anda solo. Lo acompaña un 'Pulgarcito', como él
mismo le dice a un personaje que nunca fue pequeño, un amazonense alto y
de contextura gruesa. Edgardo González. Un personaje que estudió
biología para la región de Amazonas, un experto en fauna y flora.
Así como Edgardo, lo acompaña Teódulo Quiñónez, un epidemiólogo
quien trabajó con Patarroyo en el Centro de Erradicación de la Malaria,
otro 'Pulgarcito' con quien logró los primeros avances de la vacuna; y
Anny Rodríguez, una psicóloga amable, de risa contagiosa que decidió
irse a vivir al Amazonas por dos años para apoyar el proyecto de
diagnóstico de cáncer de cérvix. Un programa que dirige Sara Soto, otra
de sus compañeras.
Patarroyo parece haber tenido una vida plena, se conoce el Amazonas y
disfruta en silencio de su belleza. Es de esos que recuerda frases
célebres, como la que está en el cementerio de su pueblo: “Aquí terminan
las vanidades del mundo”, una frase que no duda en citar en una
estrellada noche en medio del río más grande del mundo. Pero está
preocupado.
“Resulta que aquí venían a decir que esto es un matadero de micos,
que esto es un torturadero y yo dije, 'no son pares míos, esto no lo
tengo que contestar, no tengo que decir nada'. Tal vez ahí sí pequé.
Pequé al no querer involucrarme en la pelea”, dice.
El problema de tan polémico hombre empezó con la acción popular que
interpuso Ángela Maldonado para denunciar a la Fundación Instituto
Inmunológico de Colombia -Fidic- por presunto tráfico animal; según
ella, porque los micos que usaban como objeto de estudio no serían solo
colombianos –Autos Vociferans-, sino también peruanos –Aotus Nancymaae -
y de paso, por posible maltrato animal.
A él no le gusta mencionarla, no quiere darle importancia, es “la
innombrable”, afirma. Pero ella, una administradora de Empresas con
maestría en Conservación de Primates, con Doctorado en Conservación y es
directora de la Fundación Entrópika, logró darle donde más le duele, en
su talón de Aquiles. Claro que algunos sospechan que no lo hizo sola,
que tuvo compañía.
Gracias a su denuncia, el Tribunal Administrativo de Cundinamarca
suspendió la licencia que tenía para capturar los micos y en 2013, la
decisión fue ratificada por la Sección Tercera del Consejo de Estado.
Pero un año después, y luego de una tutela interpuesta por Patarroyo
demostraron que los monos sí eran colombianos. El problema, y la razón
por la cual el hombre que dice tener la cabeza más brillante de Colombia
acepta que pecó, es que para reiniciar su investigación con todas las
de la ley tendrá que esperar más tiempo, más del que se imaginaba.
- Ahora sí, cuando se comprobó que aquí no había tráfico ilegal por
medio de ADN. ¡Imagínese!, 1.300 millones de pesos le costó el estudio
al país para demostrar que los micos eran colombianos, lo que ya se
sabía desde 1976. Los animalistas dijeron, “no, es que están trayendo
micos del Perú”, y ahora, ¡hay que contarlos! - Dice Patarroyo en lo que
parece ser la última cena: él en el centro, frente a una mesa con
mantel blanco, y su equipo alrededor, distribuidos en el kiosco que está
dentro de la estación de la Fidic-.
- ¿Y quién va a hacer ese censo?, pregunta Teódulo, mientras descruza sus brazos y se toca la cabeza.
- Van a hacer el proyecto, entonces le están tirando 10 años... Responde rápidamente Edgardo.
- Están tirándole a eso -continúa Patarroyo-. Lo que la gente no ha
entendido es que no tienen nada que ver. ¡Son una parranda de idiotas
útiles!, porque esto es una pelea económica. Es una pelea en donde el
que queda de pie es el que saque la vacuna. Y, el que tenga el control
de los micos, tiene el control. Punto.
El científico tolimense explica que multinacionales como Glaxo,
Merck, Bill & Melinda Gates están financiando 50 grandes grupos para
sacar la vacuna. Compañías que tienen mucho dinero pero que solo les
falta una cosa: los micos. Pero, ¿por qué tanto interés? Porque tienen
el mismo sistema inmune y así podrán tener la certeza de que su
investigación funcionará sin tener que probar en humanos.
-"Ahora, el que salga con la vacuna -y yo quiero dar esa pelea
porque llevo 35 años en esto-, es la persona que va a tener el mercado
de 3.500 millones de personas. ¿Me sigue?, –pregunta y hace una pausa-.
Ahora, véndala a cinco dólares, o sea, mil pesos. Eso no lo van a hacer
ellos. Nosotros vamos a venderla a 20 centavos de dólar, que es donde
nos tiramos a todo el mundo”, concluye Patarroyo en una reunión que se
da un día antes de irles a contar a los indígenas que Corpoamazonía no
les dirá si pueden o no colectar micos para la investigación antes de
que se haga un censo de cuántos Aotus Nancymaae y Aotus Vociferans hay.
Hay sol en Leticia. Un sol que resalta los detalles de la colorida
capital amazonense. Lástima que también por los huecos de las vías, la
basura de las calles, la gran cantidad de perros callejeros -que en
mayoría tienen algún tipo de enfermedad-, y las líneas de humedad que le
recuerdan a la población la inundación se produjo desde el mes de mayo y
que ahora está bajando por el repique del Río Amazonas, uno de los más
altos desde hace cuatro años.
Patarroyo, Edgardo y Anny, van en camino para el bote que los
llevará a la comunidad de Ticoya para reunirse con los curacas de la
Asociación de Autoridades Indígenas Ticunas, Kocamas y Yaguas, que se
resume en Aticoya. Pero también, para contarles sobre el nuevo
laboratorio de biología molecular, que estará dispuesto para hacer el
diagnóstico rápido y tratamiento de malaria, cáncer de cérvix y otras
enfermedades infecciosas por la financiación de la Gobernación de
Amazonas.
“Es nuestra obligación contarles que tenemos que lidiar con ideas
poco analizadas respecto a lo que es el manejo sostenible de la fauna
amazónica - dice Edgardo mientras el bote inicia un recorrido de hora y
veinte minutos por los 87 kilómetros que dividen a Leticia del
Resguardo-. A quién se le ocurre decir que debemos contar la totalidad
de micos, no solo en el departamento de Amazonas, sino en toda la región
amazónica para poder decir si se puede o no seguir capturando. Ya
tienen unos datos básicos de más de siete estudios que dicen que hay 24
animales por kilómetro cuadrado y está comprobado desde 1976”, afirma.
El lugar es hermoso, el verde del pasto y el azul del cielo lo hacen
llamativo. Las casas de madera contrastan con modernas antenas de
Directv y hay música de todo tipo a gran volumen por un evento de la
comunidad, suenan varios géneros musicales y dicen que es raro, porque a
ellos lo que les gusta es el vallenato. A la llegada de Patarroyo todos
lo saludan, pero tiene que esperar con sus compañeros porque los
curacas están reunidos.
"Curacas nuevos, reelegidos, excuracas, expresidentes, gracias por
atender este llamado que se hizo en menos de 24 horas", dice un hombre
de estatura pequeña, con pantalón corto, camisa de rayas y cabello
largo. "Para los curacas nuevos, Aticoya ha venido desarrollando un
proyecto político para la humanidad en cabeza del único científico
colombiano, Manuel Elkin Patarroyo”, dice con voz enérgica Laureano del
Águila, coordinador del territorio de Aticoya.
La reunión se realiza en un gran salón de madera, decorado con
máscaras indígenas; tiene una mesa con sillas listas para la comisión
del Doctor, en donde también se sienta el Presidente y el Expresidente
del Resguardo, y al frente muchas sillas verdes para todas las
autoridades. El lugar no tiene ventilador, y poco a poco el calor se
hace más intenso.
“Él personalmente –continúa Laureano, a quien todos le dicen
Geronimo por su parecido con un líder indígena estadounidense-
manifestará a las autoridades y a los colectores, cómo van estas
demandas. (…) Y ustedes saben muy bien que Aticoya, bajo un mandato
ordenó que la señora que nos denunció, la Fundación Entrópika, y todos
los que trabajan con ella, no les está permitido penetrar en este
territorio”, les recuerda.
La introducción fue larga. Especialmente por la presencia de nuevos
curacas -líderes de la comunidad que se eligen cada año con posibilidad
de reelección y en los que pueden participar jóvenes y viejos-. En el
salón predominan los hombres, son pocas las mujeres que se ven, y
reparten gaseosa y pan dulce para todos. El Presidente le da paso al
Doctor Patarroyo.
“(...) Entonces, en esencia la acusación era de tráfico ilegal, pero
los traficantes son ustedes. Lo más gracioso es que los micos viven al
otro lado del río, fuera que me dijeran que están trayendo los micos
desde La Guajira, desde Maicao, eso lo entendería uno, pero la acusación
es del otro lado del río. En esencia ustedes son del Amazonas, ustedes
son de acá, de esta región, y su familia vive aquí como viven al otro
lado del río”, les dice el científico.
Así como para Patarroyo, Edgardo considera inconcebible la idea de
contar los animales, no solo porque no tienen ideas de frontera –se
pueden pasar de país a país cada vez que baja el río, dicen- sino
también, porque no clasifican a las personas o comunidades por
nacionalidad, solo piensan que son amazonenses, son del río Amazonas.
“Resulta que esa gente decidió que podemos trabajar solo con los
micos Vociferans, no con los que ustedes capturan que son los Nancymaae,
-continúa el científico-. La lucha venía porque decían que los
Nancymaae eran peruanos, ahora se sabe son colombianos, pero resulta que
no solamente tienen que llevar la contabilidad de los tales peruanos
sino también de los tales colombianos. Ah, y que no podemos trabajar
desde el río Loretoyacu, hasta la frontera con el Perú. Los que tienen
la puntica, de la parte de encima de Loreto yacu, sí pueden capturar
micos, los que están por debajo no pueden. Entonces no lo acepto. La
medida segrega, y fuera de eso busca la confrontación entre ustedes”,
les dice Patarroyo.
Según Julián Andrés Gil, el veterinario encargado de la estación de
la Fidic, los indígenas tienen que dejar un registro de dónde traen los
animales. La ley es que solo pueden capturar en su comunidad, “Yo no me
puedo ir de Macedonia a coger micos en Puerto Nariño, eso se respeta”,
dice. Por lo tanto, con la limitación para la captura de micos entre
cuatro y cinco comunidades quedan fuera del proyecto de la
investigación.
La reacción de los indígenas es tímida al principio, se ven
preocupados, pero no demoran en reírse. Algunos graciosos dicen que les
hablen, y si el mico habla en portugués es porque es del Brasil. Pero
fuera de los chistes, todos concluyen en lo mismo: “que vengan ellos,
que ellos los cuenten”.
Varios curacas se levantan y proponen la elaboración de un acta. Un
documento en donde todas las comunidades firmen y declaren su apoyo a la
investigación que realiza Patarroyo. Su interés, como ellos mismos los
dicen, es el “(…) de aportarle algo a la humanidad” y de paso, recibir
el 0.5 por ciento de la totalidad del dinero de las vacunas al que se
comprometió la Fundación bajo la dirección de Patarroyo para invertir en
educación y en salud.
La necesidad de estas comunidades es inminente -pese a que tienen
Directv-. Amazonas parece un paraíso abandonado. La educación es
limitada; el agua, dicho por el mismo Secretario de Salud, Hernán Rafael
Gutiérrez, no es potable, y el hospital de Leticia y los centros
médicos están en mal estado.
“Lo de la salud ha sido permanente, ya cumplí 38 años y llevamos 38
años con la misma problemática. Por eso es que apoyamos el proyecto de
los monos para el estudio, porque es la única salida que tenemos y la
esperanza es que nosotros podamos en un futuro, mejorar la salud y la
educación, que es lo que tenemos pactado con el doctor Patarroyo una vez
se logre lo de la vacuna”, dice el expresidente de Aticoya, Manuel
Ramos.
Así mismo, Laureano le pide a Corpoamazonía que les dé el permiso,
que su gente se está muriendo de malaria. Para el año 2012 se
registraron 1.367 casos; en 2013, 3.171; en 2014 el número de casos es
el mismo, pero temen que luego de la inundación, los casos para este año
aumenten. “Y si el señor que dice que quiere contar los micos, pues que
venga a Aticoya, que desde aquí le hacemos, sanamente, ampliamente la
invitación, que comparezca a la institución y que las autoridades
personalmente, iremos al campo a contar cuántos son”, agrega Laureano.
Patarroyo parece haber ganado su confianza, su total confianza. Él
dice que los conoce casi a todos desde que eran niños, y ellos no lo
contradicen. Su investigación y la fascinación que le causó el
departamento lo llevó a quedarse allá. Cuenta sonriente, que cuando
llegó por primera vez al Amazonas pensó "¿cuándo volveré?, y ahora que
estoy acá, me pregunto cuándo me largaré”, dice entre risas.
De vuelta al bote, la gente le ofrece frutas para la alimentación de
los micos, y hasta le dicen que le tienen animales para su
investigación. Él responde que lo esperen, que están mirando cómo volver
a empezar.
Así mimo, un señor le pregunta por qué no le atienden a su hijo de
10 años. Dice que no lo revisan porque no tiene fiebre, que no entienden
por qué.
-La fiebre dura de cuatro a ocho horas, ¿cierto?, en ese momento es
que se puede pillar el parásito en la sangre. Por eso le dicen, llévelo
cuando tenga fiebre.
-Ahhh, sí doctor, esa era mi pregunta. Dice el hombre preocupado, mientras el niño permanece sentado.
Ese es el doctor Manuel Elkin Patarroyo, un hombre de camisa blanca,
gordo y calvo que parece una estrella de rock aclamada por todos. Un
hombre que está a la espera de la respuesta de un incidente de desacato
contra Corpoamazonía para que no tenga que contar micos y siga
investigando en favor de la humanidad. Es un hombre, que parece tener a
su favor algo que pocos tienen, el Amazonas. Pero al fin y al cabo, un
hombre. Un hombre con talón de Aquiles.
“Yo nunca me imaginé el problema de los micos. Todo me lo imaginé:
las multinacionales, las críticas, la responsabilidad tan grande, pero
lo de los micos, nunca”, dice Manuel Elkin Patarroyo.
Publicada por
COLPRENSA, BOGOTÁ
Este contenido ha sido publicado originalmente en Vanguardia.com en la siguiente dirección: http://www.vanguardia.com/colombia/318170-los-micos-el-talon-de-aquiles-de-patarroyo-una-lucha-que-no-acaba.
Si está pensando en hacer uso del mismo, recuerde que es obligación
legal citar la fuente y por favor haga un enlace hacia la nota original
de donde usted ha tomado este contenido. Vanguardia.com - Galvis Ramírez y Cía. S.A.
Colombia
Lunes 06 de Julio de 2015 - 06:14 AM
Los micos: El talón de Aquiles de Patarroyo, una lucha que no acaba
Manuel Elkin Patarroyo es querido y odiado, es mediático y
criticado. Pero dice que no le importa, que lo importante es encontrar
la vacuna contra la malaria que ya tiene avanzada en más del 80 por
ciento.
Colprensa / VANGUARDIA LIBERAL
Los micos: El talón de Aquiles de Patarroyo, una lucha que no acaba(Foto: Colprensa / VANGUARDIA LIBERAL)
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El científico colombiano tiene don de gentes que a muchos les
agrada, pero que a otros le resulta sospechoso. Sin embargo sabe que
solo tiene un talón de Aquiles: los micos del Amazonas con los que
experimenta pero que ahora le toca contar.
Un hombre con camisa blanca, siempre con camisa blanca, así viste
Patarroyo. Ya no es flaco, es robusto y calvo, por eso cuando ve a
alguien con pelo largo se ríe y dice que él es la cabeza más brillante
de Colombia. Lo dice por su calva, lo dice por sus logros, lo dice por
su ego. También, es un hombre de anécdotas, pero no con cualquiera, los
personajes de sus historias no bajan de expresidentes, de escritores, de
periodistas, de los reyes de España. Ya lo saben: Patarroyo es
vanidoso.
Es una persona amable. Saluda a todos y a todas con una gran
sonrisa, aunque ni se acuerde de quiénes son. Y suele decir que su
segundo empleo es ser modelo. Él es un científico famoso, para algunos,
por sus avances en la vacuna sintética contra la malaria, para otros,
por su carisma e influencia en medios.
Pero Patarroyo no anda solo. Lo acompaña un 'Pulgarcito', como él
mismo le dice a un personaje que nunca fue pequeño, un amazonense alto y
de contextura gruesa. Edgardo González. Un personaje que estudió
biología para la región de Amazonas, un experto en fauna y flora.
Así como Edgardo, lo acompaña Teódulo Quiñónez, un epidemiólogo
quien trabajó con Patarroyo en el Centro de Erradicación de la Malaria,
otro 'Pulgarcito' con quien logró los primeros avances de la vacuna; y
Anny Rodríguez, una psicóloga amable, de risa contagiosa que decidió
irse a vivir al Amazonas por dos años para apoyar el proyecto de
diagnóstico de cáncer de cérvix. Un programa que dirige Sara Soto, otra
de sus compañeras.
Patarroyo parece haber tenido una vida plena, se conoce el Amazonas y
disfruta en silencio de su belleza. Es de esos que recuerda frases
célebres, como la que está en el cementerio de su pueblo: “Aquí terminan
las vanidades del mundo”, una frase que no duda en citar en una
estrellada noche en medio del río más grande del mundo. Pero está
preocupado.
“Resulta que aquí venían a decir que esto es un matadero de micos,
que esto es un torturadero y yo dije, 'no son pares míos, esto no lo
tengo que contestar, no tengo que decir nada'. Tal vez ahí sí pequé.
Pequé al no querer involucrarme en la pelea”, dice.
El problema de tan polémico hombre empezó con la acción popular que
interpuso Ángela Maldonado para denunciar a la Fundación Instituto
Inmunológico de Colombia -Fidic- por presunto tráfico animal; según
ella, porque los micos que usaban como objeto de estudio no serían solo
colombianos –Autos Vociferans-, sino también peruanos –Aotus Nancymaae -
y de paso, por posible maltrato animal.
A él no le gusta mencionarla, no quiere darle importancia, es “la
innombrable”, afirma. Pero ella, una administradora de Empresas con
maestría en Conservación de Primates, con Doctorado en Conservación y es
directora de la Fundación Entrópika, logró darle donde más le duele, en
su talón de Aquiles. Claro que algunos sospechan que no lo hizo sola,
que tuvo compañía.
Gracias a su denuncia, el Tribunal Administrativo de Cundinamarca
suspendió la licencia que tenía para capturar los micos y en 2013, la
decisión fue ratificada por la Sección Tercera del Consejo de Estado.
Pero un año después, y luego de una tutela interpuesta por Patarroyo
demostraron que los monos sí eran colombianos. El problema, y la razón
por la cual el hombre que dice tener la cabeza más brillante de Colombia
acepta que pecó, es que para reiniciar su investigación con todas las
de la ley tendrá que esperar más tiempo, más del que se imaginaba.
- Ahora sí, cuando se comprobó que aquí no había tráfico ilegal por
medio de ADN. ¡Imagínese!, 1.300 millones de pesos le costó el estudio
al país para demostrar que los micos eran colombianos, lo que ya se
sabía desde 1976. Los animalistas dijeron, “no, es que están trayendo
micos del Perú”, y ahora, ¡hay que contarlos! - Dice Patarroyo en lo que
parece ser la última cena: él en el centro, frente a una mesa con
mantel blanco, y su equipo alrededor, distribuidos en el kiosco que está
dentro de la estación de la Fidic-.
- ¿Y quién va a hacer ese censo?, pregunta Teódulo, mientras descruza sus brazos y se toca la cabeza.
- Van a hacer el proyecto, entonces le están tirando 10 años... Responde rápidamente Edgardo.
- Están tirándole a eso -continúa Patarroyo-. Lo que la gente no ha
entendido es que no tienen nada que ver. ¡Son una parranda de idiotas
útiles!, porque esto es una pelea económica. Es una pelea en donde el
que queda de pie es el que saque la vacuna. Y, el que tenga el control
de los micos, tiene el control. Punto.
El científico tolimense explica que multinacionales como Glaxo,
Merck, Bill & Melinda Gates están financiando 50 grandes grupos para
sacar la vacuna. Compañías que tienen mucho dinero pero que solo les
falta una cosa: los micos. Pero, ¿por qué tanto interés? Porque tienen
el mismo sistema inmune y así podrán tener la certeza de que su
investigación funcionará sin tener que probar en humanos.
-"Ahora, el que salga con la vacuna -y yo quiero dar esa pelea
porque llevo 35 años en esto-, es la persona que va a tener el mercado
de 3.500 millones de personas. ¿Me sigue?, –pregunta y hace una pausa-.
Ahora, véndala a cinco dólares, o sea, mil pesos. Eso no lo van a hacer
ellos. Nosotros vamos a venderla a 20 centavos de dólar, que es donde
nos tiramos a todo el mundo”, concluye Patarroyo en una reunión que se
da un día antes de irles a contar a los indígenas que Corpoamazonía no
les dirá si pueden o no colectar micos para la investigación antes de
que se haga un censo de cuántos Aotus Nancymaae y Aotus Vociferans hay.
Hay sol en Leticia. Un sol que resalta los detalles de la colorida
capital amazonense. Lástima que también por los huecos de las vías, la
basura de las calles, la gran cantidad de perros callejeros -que en
mayoría tienen algún tipo de enfermedad-, y las líneas de humedad que le
recuerdan a la población la inundación se produjo desde el mes de mayo y
que ahora está bajando por el repique del Río Amazonas, uno de los más
altos desde hace cuatro años.
Patarroyo, Edgardo y Anny, van en camino para el bote que los
llevará a la comunidad de Ticoya para reunirse con los curacas de la
Asociación de Autoridades Indígenas Ticunas, Kocamas y Yaguas, que se
resume en Aticoya. Pero también, para contarles sobre el nuevo
laboratorio de biología molecular, que estará dispuesto para hacer el
diagnóstico rápido y tratamiento de malaria, cáncer de cérvix y otras
enfermedades infecciosas por la financiación de la Gobernación de
Amazonas.
“Es nuestra obligación contarles que tenemos que lidiar con ideas
poco analizadas respecto a lo que es el manejo sostenible de la fauna
amazónica - dice Edgardo mientras el bote inicia un recorrido de hora y
veinte minutos por los 87 kilómetros que dividen a Leticia del
Resguardo-. A quién se le ocurre decir que debemos contar la totalidad
de micos, no solo en el departamento de Amazonas, sino en toda la región
amazónica para poder decir si se puede o no seguir capturando. Ya
tienen unos datos básicos de más de siete estudios que dicen que hay 24
animales por kilómetro cuadrado y está comprobado desde 1976”, afirma.
El lugar es hermoso, el verde del pasto y el azul del cielo lo hacen
llamativo. Las casas de madera contrastan con modernas antenas de
Directv y hay música de todo tipo a gran volumen por un evento de la
comunidad, suenan varios géneros musicales y dicen que es raro, porque a
ellos lo que les gusta es el vallenato. A la llegada de Patarroyo todos
lo saludan, pero tiene que esperar con sus compañeros porque los
curacas están reunidos.
"Curacas nuevos, reelegidos, excuracas, expresidentes, gracias por
atender este llamado que se hizo en menos de 24 horas", dice un hombre
de estatura pequeña, con pantalón corto, camisa de rayas y cabello
largo. "Para los curacas nuevos, Aticoya ha venido desarrollando un
proyecto político para la humanidad en cabeza del único científico
colombiano, Manuel Elkin Patarroyo”, dice con voz enérgica Laureano del
Águila, coordinador del territorio de Aticoya.
La reunión se realiza en un gran salón de madera, decorado con
máscaras indígenas; tiene una mesa con sillas listas para la comisión
del Doctor, en donde también se sienta el Presidente y el Expresidente
del Resguardo, y al frente muchas sillas verdes para todas las
autoridades. El lugar no tiene ventilador, y poco a poco el calor se
hace más intenso.
“Él personalmente –continúa Laureano, a quien todos le dicen
Geronimo por su parecido con un líder indígena estadounidense-
manifestará a las autoridades y a los colectores, cómo van estas
demandas. (…) Y ustedes saben muy bien que Aticoya, bajo un mandato
ordenó que la señora que nos denunció, la Fundación Entrópika, y todos
los que trabajan con ella, no les está permitido penetrar en este
territorio”, les recuerda.
La introducción fue larga. Especialmente por la presencia de nuevos
curacas -líderes de la comunidad que se eligen cada año con posibilidad
de reelección y en los que pueden participar jóvenes y viejos-. En el
salón predominan los hombres, son pocas las mujeres que se ven, y
reparten gaseosa y pan dulce para todos. El Presidente le da paso al
Doctor Patarroyo.
“(...) Entonces, en esencia la acusación era de tráfico ilegal, pero
los traficantes son ustedes. Lo más gracioso es que los micos viven al
otro lado del río, fuera que me dijeran que están trayendo los micos
desde La Guajira, desde Maicao, eso lo entendería uno, pero la acusación
es del otro lado del río. En esencia ustedes son del Amazonas, ustedes
son de acá, de esta región, y su familia vive aquí como viven al otro
lado del río”, les dice el científico.
Así como para Patarroyo, Edgardo considera inconcebible la idea de
contar los animales, no solo porque no tienen ideas de frontera –se
pueden pasar de país a país cada vez que baja el río, dicen- sino
también, porque no clasifican a las personas o comunidades por
nacionalidad, solo piensan que son amazonenses, son del río Amazonas.
“Resulta que esa gente decidió que podemos trabajar solo con los
micos Vociferans, no con los que ustedes capturan que son los Nancymaae,
-continúa el científico-. La lucha venía porque decían que los
Nancymaae eran peruanos, ahora se sabe son colombianos, pero resulta que
no solamente tienen que llevar la contabilidad de los tales peruanos
sino también de los tales colombianos. Ah, y que no podemos trabajar
desde el río Loretoyacu, hasta la frontera con el Perú. Los que tienen
la puntica, de la parte de encima de Loreto yacu, sí pueden capturar
micos, los que están por debajo no pueden. Entonces no lo acepto. La
medida segrega, y fuera de eso busca la confrontación entre ustedes”,
les dice Patarroyo.
Según Julián Andrés Gil, el veterinario encargado de la estación de
la Fidic, los indígenas tienen que dejar un registro de dónde traen los
animales. La ley es que solo pueden capturar en su comunidad, “Yo no me
puedo ir de Macedonia a coger micos en Puerto Nariño, eso se respeta”,
dice. Por lo tanto, con la limitación para la captura de micos entre
cuatro y cinco comunidades quedan fuera del proyecto de la
investigación.
La reacción de los indígenas es tímida al principio, se ven
preocupados, pero no demoran en reírse. Algunos graciosos dicen que les
hablen, y si el mico habla en portugués es porque es del Brasil. Pero
fuera de los chistes, todos concluyen en lo mismo: “que vengan ellos,
que ellos los cuenten”.
Varios curacas se levantan y proponen la elaboración de un acta. Un
documento en donde todas las comunidades firmen y declaren su apoyo a la
investigación que realiza Patarroyo. Su interés, como ellos mismos los
dicen, es el “(…) de aportarle algo a la humanidad” y de paso, recibir
el 0.5 por ciento de la totalidad del dinero de las vacunas al que se
comprometió la Fundación bajo la dirección de Patarroyo para invertir en
educación y en salud.
La necesidad de estas comunidades es inminente -pese a que tienen
Directv-. Amazonas parece un paraíso abandonado. La educación es
limitada; el agua, dicho por el mismo Secretario de Salud, Hernán Rafael
Gutiérrez, no es potable, y el hospital de Leticia y los centros
médicos están en mal estado.
“Lo de la salud ha sido permanente, ya cumplí 38 años y llevamos 38
años con la misma problemática. Por eso es que apoyamos el proyecto de
los monos para el estudio, porque es la única salida que tenemos y la
esperanza es que nosotros podamos en un futuro, mejorar la salud y la
educación, que es lo que tenemos pactado con el doctor Patarroyo una vez
se logre lo de la vacuna”, dice el expresidente de Aticoya, Manuel
Ramos.
Así mismo, Laureano le pide a Corpoamazonía que les dé el permiso,
que su gente se está muriendo de malaria. Para el año 2012 se
registraron 1.367 casos; en 2013, 3.171; en 2014 el número de casos es
el mismo, pero temen que luego de la inundación, los casos para este año
aumenten. “Y si el señor que dice que quiere contar los micos, pues que
venga a Aticoya, que desde aquí le hacemos, sanamente, ampliamente la
invitación, que comparezca a la institución y que las autoridades
personalmente, iremos al campo a contar cuántos son”, agrega Laureano.
Patarroyo parece haber ganado su confianza, su total confianza. Él
dice que los conoce casi a todos desde que eran niños, y ellos no lo
contradicen. Su investigación y la fascinación que le causó el
departamento lo llevó a quedarse allá. Cuenta sonriente, que cuando
llegó por primera vez al Amazonas pensó "¿cuándo volveré?, y ahora que
estoy acá, me pregunto cuándo me largaré”, dice entre risas.
De vuelta al bote, la gente le ofrece frutas para la alimentación de
los micos, y hasta le dicen que le tienen animales para su
investigación. Él responde que lo esperen, que están mirando cómo volver
a empezar.
Así mimo, un señor le pregunta por qué no le atienden a su hijo de
10 años. Dice que no lo revisan porque no tiene fiebre, que no entienden
por qué.
-La fiebre dura de cuatro a ocho horas, ¿cierto?, en ese momento es
que se puede pillar el parásito en la sangre. Por eso le dicen, llévelo
cuando tenga fiebre.
-Ahhh, sí doctor, esa era mi pregunta. Dice el hombre preocupado, mientras el niño permanece sentado.
Ese es el doctor Manuel Elkin Patarroyo, un hombre de camisa blanca,
gordo y calvo que parece una estrella de rock aclamada por todos. Un
hombre que está a la espera de la respuesta de un incidente de desacato
contra Corpoamazonía para que no tenga que contar micos y siga
investigando en favor de la humanidad. Es un hombre, que parece tener a
su favor algo que pocos tienen, el Amazonas. Pero al fin y al cabo, un
hombre. Un hombre con talón de Aquiles.
“Yo nunca me imaginé el problema de los micos. Todo me lo imaginé:
las multinacionales, las críticas, la responsabilidad tan grande, pero
lo de los micos, nunca”, dice Manuel Elkin Patarroyo.
Este contenido ha sido publicado originalmente en Vanguardia.com en la siguiente dirección: http://www.vanguardia.com/colombia/318170-los-micos-el-talon-de-aquiles-de-patarroyo-una-lucha-que-no-acaba.
Si está pensando en hacer uso del mismo, recuerde que es obligación
legal citar la fuente y por favor haga un enlace hacia la nota original
de donde usted ha tomado este contenido. Vanguardia.com - Galvis Ramírez y Cía. S.A.