La revista Semana.com publicó el 2 de febrero de 2015
un artículo titulado “La
mujer que insiste en batallar contra Patarroyo” en el que Ángela Maldonado
cuestiona la decisión de la Sección Cuarta del Consejo de Estado de revocar el
fallo de la Sección Tercera y le devuelve a Manuel Elkin Patarroyo la
posibilidad de utilizar monos para probar las vacunas que se producen en la
FIDIC.
La revista acoge sin contrastar los puntos de vista
de la señora Maldonado: “Tras la polémica
que se abrió esta semana después de conocerse que el Consejo de Estado abrió
una puerta para que el inmunólogo colombiano Manuel Elkin Patarroyo, famoso por
su trabajo en pro de una vacuna sintética contra la malaria, siga empleando
para sus experimentos científicos la especie de primates amazónicos Aotus vociferando, sus detractores
insisten en alzar la voz”.
Para empezar, la especie que se menciona en el
artículo se llama Aotus vociferans,
no Aotus vociferando. Estos son temas importantes y de interés público que los
redactores de la revista deben estudiar y preparar muy bien para informar
correctamente a sus lectores.
“Ella ha
luchado, casi que en solitario, contra el poder de Patarroyo, y ha interpuesto
innumerables recursos judiciales para que las autoridades colombianas protejan
la especie con la que el científico hace sus experimentos. A ella le han caído
rayos y centellas. Pero sigue adelante porque tiene la firme convicción de que
hace lo correcto”, continúa el artículo.
El Consejo de Estado, la Sección Cuarta
específicamente, no tenía opción distinta a enmendar el fallo de la Sección
Tercera, en cabeza del señor Gil Botero. El Instituto de Genética de la
Universidad Nacional de Colombia, IGUN, el Instituto de Investigaciones
Amazónicas, SINCHI, Corpoamazonia y el Ministerio de Ambiente, que son las autoridades
en la materia, realizaron un estudio conjunto llamado “Convenio de Cooperación
Científica y Tecnológica No. 10F”, que
terminaron el 27 de diciembre de 2011, hace más de 3 años, pero que no
publicaron.
Los resultados de ese estudio demostraron,
científicamente, que la especie objeto de las demandas por tráfico ilegal de
especies animales también existen en Colombia desde hace mucho tiempo, lo que
desvirtúa automáticamente tal acusación. No corregir el error de la Sección Tercera
habría sido un contrasentido jurídico de proporciones inimaginables. Es como
si, después de condenar y encarcelar a alguien por algún presunto delito,
aparecieran unas pruebas que estaban guardadas y que demuestran la inocencia
del reo, pero el juez, arbitrariamente, decide mantenerlo preso porque ya lo
condenó y tiene razones que solo él conoce para no enmendar el error. Absurdo.
Era previsible que la señora Maldonado impugnara la
decisión del Consejo de Estado, al fin de cuentas es lo que viene haciendo
desde hace años, como si demandar a Patarroyo fuera su razón de ser, su oficio.
Su discurso, siempre el mismo disco rayado, refiere que ella no se opone a la
investigación, que solo busca salvar a los miquitos y que la primera razón de
su demanda, que se puede ver en su página de Internet, es en defensa de la
moralidad pública.
Que Patarroyo tiene que montar un criadero de
micos, dice una y otra vez, desconociendo las bajas tasas de reproducción de
los micos en cautiverio, la distorsión de los resultados debido a las
variaciones genéticas ocasionadas por la endogamia, las dificultades para rotar
las poblaciones y otras razones que debería conocer bien pero que ignora u omite,
simplemente. Y, lo más grave, estos animalitos criados en cautiverio no podrían ser liberados en los bosques porque no sabrían como alimentarse y sobrevivir en ellos, tendrían que sacrificarse o asumir los costos de la manutención durante toda su vida, que es de alrededor de 15 años. En la FIDIC los micos solo se utilizan una vez para las pruebas, se alimentan y tratan y luego se liberan en las zonas en que se capturaron, que es la manera correcta de mantener el balance poblacional.
Con este panorama era impensable algún gesto
altruista, que antepusiera la posibilidad de salvar muchas vidas a sus propios
intereses y objetivos, por muy nobles que parezcan. Hasta las autoridades mencionadas
arriba son, según ella, cómplices de los supuestos delitos de Patarroyo y su
poder, que si lo tuviera no tendría tantas dificultades para hacer su trabajo:
no tiene presupuesto, no tiene el personal científico necesario, no tiene sede
y tampoco tiene micos, le quitaron todo. A los poderosos toca buscarlos en otro lado.
Las decisiones judiciales son acertadas cuando le
convienen, cuando no, “Todo es ridículo y
no tiene sentido ni jurídico ni legal. Esto hace parte de las inconsistencias
del fallo”. Uno de los más altos tribunales colombianos es incompetente
para decidir en derecho, según se desprende de sus afirmaciones. Antes era justo y recto, ya no. Que tenga un
poco de respeto por quienes intentan
hacer bien su trabajo, por favor.
Los micos, cualquier otro animal, todos los
recursos naturales deben ser objeto de respeto y protección, pero no más que
los millones de seres humanos que necesitan urgentemente una manera eficaz y
gratuita para protegerse de las enfermedades que los matan, posibilidad que las
voraces multinacionales farmacéuticas no les darán nunca. De lo que se trata es
de salvar vidas humanas, la de los micos, ya se demostró, está garantizada; ellos vuelven a su hábitat natural en buenas
condiciones después de las pruebas, a menos que el IGUN y el SINCHI, Corpoamazonia
y el Ministerio de Ambiente hayan desarrollado el estudio de marras “presionados
por el terrible y todopoderoso Patarroyo”.
Pura paja.
Fernando Márquez
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