miércoles, 25 de abril de 2012

Países se disputan a muerte la carrera por la vacuna antimalaria

Por: CARLOS FRANCISCO FERNáNDEZ | 11:03 p.m. | 24 de Abril del 2012

En la puja por la vacuna antimalaria todo vale

Pese a los reveses, Patarroyo persiste en la vacuna sintética.



Foto: EFE

Colombia, en la carrera por lograr la vacuna que protegería a la mitad de la población mundial.


A la competencia por producir una vacuna contra la malaria no solo la alimentan propósitos altruistas. Inmunizar al organismo contra el parásito plasmodium, que en el 2010 afectó a 216 millones de personas y mató a 655 mil, convertiría a la mitad de la humanidad, hoy en riesgo, en cliente potencial de quien llegue primero a esta meta.

"Detrás del desarrollo de esta vacuna están los más altos intereses económicos, y ligados a ellos, los políticos", advierte Ismael Roldán, exdecano de la facultad de Medicina de la Universidad Nacional.

Esta carrera, que se disputa a muerte y en la que se vale todo, empezó el 13 de mayo de 1969. Ese día, la revista Nature anunció que se podía obtener inmunidad contra la malaria si la gente era picada por mosquitos infectados con el parásito, que habían sido expuestos a rayos X. El método fue descartado, pues cada persona necesitaba 1.500 picaduras.

Por esa época el desplazamiento del ejército norteamericano a las zonas tropicales hizo de la búsqueda de una vacuna para proteger a las tropas, una prioridad político-militar.

Era la época de la Guerra del Vietnam, de la Guerra Fría, y cientos de millones de dólares, aportados por las fundaciones Rockefeller, McArthur, Kelloggs, la USAID y el mismo ejército, eran girados para financiar la investigación en Estados Unidos, que no era la única nación interesada. Por razones históricas, Inglaterra convirtió esta enfermedad en uno de sus portaestandartes e involucró a la prestigiosa London School of Tropical Medicine, a las universidades de Oxford y Liverpool, y al Medical Research Council. Francia ingresó en el partidor con su Instituto Pasteur, y las universidades de Lille y Montpellier.

Italia hizo lo propio con la Universidad de Roma, al igual que Australia. En fin, todo aquel con poder, dinero y un pie en el trópico entró en la carrera por lograr una vacuna contra la malaria, con el apoyo decidido de sus gobiernos.

"No es para menos. Tener una vacuna significaba una posibilidad de vida y salud para más de 300 millones de personas afectadas por esta enfermedad cada año", dice el inmunólogo colombiano Manuel Elkin Patarroyo.

Cada grupo en pugna puso todos los huevos en la canasta de la investigación biológica, que consistía en inyectar en el cuerpo moléculas recombinantes o material genético causante de la enfermedad, para generar defensas contra ella en el organismo. Era lo esperado: con base en este principio han sido creadas la mayoría de las vacunas.

Por la misma época, sin embargo, Patarroyo, aliado con la Universidad de Estocolmo y asesorado por los profesores Henry Kunkel y Bruce Merrifield (Premio Nobel de Química en 1984), tomó la vía inexplorada de una vacuna sintética. Para llegar a ella, tenía que construir las moléculas en el laboratorio. Esta propuesta sumó un nuevo enfoque: la carrera ya no era solo entre grupos de investigación y laboratorios, también entre dos escuelas científicas opuestas, la biológica y la química.

En 1986, la química se ubicó un paso adelante cuando el equipo de Patarroyo ensayó en monos la primera vacuna contra la malaria diseñada en un laboratorio. El revuelo fue mayúsculo cuando en agosto de 1987, la revista Nature avaló la investigación. A nadie le cabía en la cabeza que el avance se hubiera producido en un país subdesarrollado y lejos de los templos de la ciencia y de las platas de las grandes compañías.

Apenas unos meses después, en marzo de 1988, Nature divulgó los resultados del ensayo hecho con soldados colombianos voluntarios, que tras recibir la vacuna luego fueron infectados con el plasmodium. El nivel de protección alcanzado fue del 40 por ciento.

En este punto se avivó la pelea. En un editorial, el investigador Louis Miller, de los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos, lanzó la primera bomba al cuestionar los parámetros éticos del trabajo de Patarroyo, porque había inoculado el parásito a soldados vacunados y a soldados sin vacunar, que constituyeron el grupo de control. Miller no se quedó ahí, y dijo que el hallazgo de Patarroyo no era "un desarrollo científico", sino "un golpe de suerte".

Carlos Francisco Fernández
Asesor médico de EL TIEMPO

1 comentario:

  1. Dicho de manera simple: las vacunas, creadas para EVITAR la enfermedad, no son un buen negocio para la industria farmaceútica, que vive de que la gente se enferme. Para que sean negocio deben ser patentadas, producidas y distribuidas por ellos, esa es la razón por la cual la vacuna de Patarroyo, donada para proteger la vida de quienes no tienen como pagarlas, es atacada desde todos los flancos y con todas las armas posibles, desde el chisme, la amenaza y la calumnia hasta la asfixia económica. Es hora de que los colombianos abramos los ojos y entendamos de una vez por todas que mientras el desarrollo de vacunas es una misión de vida para Patarroyo y los suyos, para las farmaceúticas es solo un negocio que produce ganancias exorbitantes y los enfermos son su clientela. Veo venir ya la masa de detractores que sin argumentos diferentes a la descalificación y el odio le hacen el juego a los interesados en enriquecerse, no en salvar a nadie.

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