domingo, 24 de abril de 2011

La nueva vacuna contra la Malaria abre la puerta a las demás


Publicado el : 24 de Abril 2011 - 7:00 de la mañana | Por María Isabel García

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“Con la investigación para la vacuna de la malaria hemos encontrado un método, los principios o las reglas…corresponde a otros que trabajan en el dengue, diarreas, o bronconeumonías, desarrollar las vacunas con la misma metodología, libre de costo y responsabilidad” dice en la entrevista con Radio Nederland el científico colombiano Manuel Elkin Patarroyo.

Con las últimas investigaciones llevadas a cabo por Patarroyo hay nuevas esperanzas de encontrar una vacuna de alta eficacia contra la malaria, devastadora enfermedad que se cobra cerca de un millón de vidas al año y afecta a más 400 millones de personas en el mundo, particularmente en países tropicales.

Descargue o escuche la entrevista completa con Patarroyo

El científico colombiano anuncia un avance en su vacuna sintética químicamente obtenida, y se arriesga con pronósticos de un 90% de eficacia en humanos, dadas las pruebas y resultados en monos Aoutus trivirgatus, o micos de la noche, habitantes del Amazonas, en los que ha hecho sus aplicaciones experimentales.

Radio Nederland. ¿En qué consiste el nuevo hallazgo?

Manuel Elkin Patarroyo. Tenemos prácticamente identificados los fragmentos -las manitas- que utilizan los microbios para pegarse, agarrarse, a las células que luego van a infectar, y producir la enfermedad (…) Hay que bloquear las manos para que no se pueda agarrar. Podemos decir que tenemos una vacuna que funciona alrededor del 90% en las aplicaciones hecha a los monos del Amazonas, cuyo sistema de defensas es idéntico al de los seres humanos, con lo que el salto no es de ratón a humano, o de conejo a humano, que es grandísimo.

La similitud entre los sistemas inmunológicos de los Aotus y los seres humanos se ha comprobado, mediante indagaciones de biología molecular, adelantadas por su hijo, Manuel Alfonso Patarroyo, expresa, con doble orgullo. La conversación se desarrolla en su despacho de la Fundación Instituto de Inmunología de Colombia, una estancia amplia y clara en cuyas paredes no cabe un diploma más, reconocimiento de universidades y sociedades científicas de todo el mundo.

RN ¿Pruebas en humanos?

MEP. Ese es el siguiente paso. Inicialmente se harán aplicaciones en Colombia y luego se replicarán en África (…) Tenemos una secuencia lógica: lo que funciona en monos, funciona en humanos, y lo que funciona en Colombia funciona, más o menos con las mismas características, en África y Asia.

RN. ¿Para cuándo está prevista la aplicación?

MEP. Está prevista para fin de este año, o, por tarde, para mediados del año entrante. No depende de nosotros, si no de juristas, bioticistas, quienes deben dar los permisos.

RN. ¿Qué perspectivas le abre a la salud humana ese camino desbrozado para el combate de las enfermedades infecciosas?

MEP. Hemos encontrado un método, los principios, las reglas. Le corresponde a otros grupos, los que trabajan en dengue, los que están investigando en diarreas, o bronconeumonías, también desarrollar las vacunas con la misma metodología, libre de costo y responsabilidad. Al patentar esto no vamos a cobrar ni un céntimo. Son 120 personas y 33 años de trabajo continuo.

El hallazgo

En 1987 el mundo científico fue notificado de la obtención, un año antes, de la Spf66, primera vacuna química obtenida en laboratorio, la primera contra un parásito, el plasmodium falciparum, que produce la malaria. Al frente del hallazgo, el científico colombiano Manuel Elkin Patarroyo y su equipo. “Se demostró que si se toman componentes del parásito de la malaria y se averigua su estructura química se puede volver a fabricarlos químicamente para utilizarlos como vacuna. La clave está en saber cuáles son los componentes”.

El descubrimiento, documentado con rigor y minuciosidad en cuadernos celosamente guardados, tiene fecha precisa: 26 de enero de 1986.

En la búsqueda de métodos para fabricar vacunas, en 1989, uno de los miembros de su equipo, Mauricio Calvo, encontró que lo que habían introducido en la vacuna de la malaria eran los fragmentos con los cuales el parásito se pega a los glóbulos rojos que va a infectar. Así quedó abierto el camino para la búsqueda de vacunas contra todas las enfermedades infeccionas.

Con un rango de entre 30% y 50% de efectividad de la vacuna en humanos, en 1995 Patarroyo donó la patente a la Organización Mundial de la Salud, pero el organismo dejó de aplicarla.

Dos décadas y media después, el nuevo anuncio.

“Comenzamos con la idea de que las vacunas se pueden hacer químicamente” frente al método tradicional de obtención de las llamadas ‘vacunas completas’ o biológicas, postulado en 1884 por Louis Pasteur, que consiste en aplicar a la persona la bacteria causante de la enfermedad.

“Sin pretender parecerme a él, porque es un gigante, ahora damos un salto cuántico”.

Solo pensar que para unas 517 enfermedades infecciosas que sufren los seres humanos, sin contar muchas más que afectan a los animales, apenas hay 15 vacunas biológicas, indica las vastas posibilidades que abre el trabajo del Dr. Patarroyo y su equipo.

En relación con el comportamiento de las multinacionales farmacéuticas con respecto al costo de los medicamentos y el combate de las enfermedades Patarroyo nos dijo:

"Siempre lo he visto morboso, pero no me voy a enfrentar a ellas. Es la pelea de un pequeño David contra Goliats gigantescos, que tienen el poder económico, político, social y también científico. No voy a lanzar el guijarro, somos conscientes que con un pisotón terminaríamos apachurrados; la humanidad sabe que lo que hacen no es correcto"
Manuel Elkin Patarroyo en su despacho en Bogotá, Colombia

María Isabel García

domingo, 10 de abril de 2011

CARTA ABIERTA A ANGELA MALDONADO


Desconozco las razones de su inquina contra el Dr. Patarroyo, no me interesan e ignoro su alcance, que no debe ser mucho a juzgar por las últimas noticias en torno al trabajo de él y su grupo, la FIDIC, en las que se menciona el desarrollo de un método para la producción de vacunas, más de 500, pero por ninguna parte ni su nombre ni los micos que representa. Le recomiendo cambiar de objetivo o por lo menos de estrategia, talvez así pueda tener una mayor figuración.

Es obligación de todos proteger el ambiente, el agua, la flora y la fauna, recursos valiosos sin ninguna discusión, pero sin histeria y con un adecuado balance entre la importancia de los micos, para poner sobre la mesa el tema que tanto la desvela, y la que tienen los seres humanos, que también merecen ser protegidos. Ese ecologismo ciego que obstruye y destruye no puede ser bienvenido en ningún escenario.

De lo que se trata el trabajo de Patarroyo es de preservar la salud y por extensión la vida de seres humanos que se cuentan entre los más vulnerables del planeta, y que, supongo, tienen para usted por lo menos tanta importancia como la de los monos que protege con inusitada vehemencia.

Desde siempre y por muchísimo tiempo mas será necesario emplear animales para experimentación, cobayas, ratones, patos, cabras, cerdos, etc. sin que ello implique falta alguna, simplemente es necesario usarlos para poder probar y desarrollar vacunas y medicamentos sin los cuales las tasas de morbi-mortalidad serían inmanejables. A menos, claro, que quienes tan obsesivamente se oponen a esta práctica decidieran, en un arranque de coherencia, ofrecerse como voluntarios.

De otra parte, NO ES CIERTO que la de los monos aotus sea una especie en vía de extinción, como lo plantea, ni que mueran durante o después de las pruebas, a excepción de un pequeño porcentaje, cosa que usted sabe, como sabe también que estos animalitos se tratan y liberan en su hábitat natural en buenas condiciones, lo que no sería posible hacer con monos criados en cautiverio, que no sabrían como sobrevivir en un medio tan hostil como la selva. Eso sí que sería condenarlos a una muerte cruel, lenta y dolorosa, situación que usted parece no haber percibido cuando habla del establecimiento de criaderos de micos. ¿No tendrían estos los mismos derechos que los monos nacidos en la selva?

Siguiendo su propia lógica debería ser más grave que las tribus amazónicas los cacen y se los coman. Son, como otras especies, una fuente de proteína muy importante en su dieta y no habrá Whitley que los reemplace. Esos, los capturados para comer, no tienen la menor opción de retornar vivos a su hábitat, pero guardo la esperanza de que no por eso tenga la ocurrencia de demandar a los indígenas. A propósito, uno que sí está en alto riesgo de desaparecer y que habita en la zona en que usted se mueve, el pirarucú, no se menciona por ninguna parte en sus escritos y denuncias. Cuente con mi apoyo y el de muchos otros si decide defenderlos.

La invito a que de manera tranquila piense en las consecuencias de obstaculizar y retardar la necesaria investigación, en la pérdida de tiempo y recursos que constituye poner en marcha el aparato judicial para que meses más tarde se produzca un nuevo fallo absolutorio, como reiteradamente ha ocurrido. Todo este despliegue es digno, con toda seguridad, de mejores y más urgentes causas.

Si para usted es más importante impedir que se utilicen monos para la realización de pruebas que preservar la vida del enorme número de personas que la malaria mata cada año, está en su derecho, aunque dudo mucho que por esa razón llegue a ocupar un puesto en la historia de los benefactores de la humanidad pero si en la de quienes de buena fe, probablemente, cometieron errores de apreciación tan grandes que por eso se citan frecuentemente para ilustrar la miopía intelectual y la falta de visión, como le pasó a Robert Sarnoff, presidente de la RCA en 1920 que dijo: “La radio no tiene valor comercial. ¿Quién pagaría por un mensaje enviado a nadie en particular?”

Acaso usted diría: ¿A quién le interesa una vacuna creada para el lucro de nadie en particular? Espero que no, porque sin ninguna duda es por ahí que Patarroyo le resulta extremadamente incómodo a cierto generoso Workgroup que usted conoce muy bien.

Fernando Márquez

viernes, 8 de abril de 2011

¡Es la química!



Por: MANUEL GUZMÁN HENNESSEY | 7:35 p.m. | 07 de Abril del 2011

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Lo que debería ser motivo de alborozo nacional no lo es: que exista entre nosotros ciencia reconocida en el mundo.

La publicación de un paper de 49 páginas en la revista química más prestigiosa del mundo suscita entre nosotros más denuesto que regocijo. ¿Por qué? Vamos a ver. Me refiero a lo publicado en Accounts of Chemical Reviews por el profesor de la Universidad del Rosario Manuel Elkin Patarroyo y dos investigadores.

Empiezo por los denuestos: que la efectividad de la primera vacuna fue muy baja, que el científico recibe mucho dinero del Estado, que se apresura a comunicar los resultados, que gusta de los medios, que trabaja con micos en el Amazonas y etcétera.

Lo que debería ser motivo de alborozo nacional no lo es: que exista entre nosotros ciencia reconocida en el mundo, que Patarroyo y su equipo publiquen (algo así como 300 papers) en revistas de prestigio, como Nature y The Lancet, que se les haya ocurrido una sencilla cosa que a nadie más se le ha ocurrido, a pesar de que, a simple vista, parece asunto de sentido común: copiar la vida a partir de la química para no tener que hacer vacunas con la vida sino desde la síntesis, desarrollada en los laboratorios, de aquellos elementos que la componen. En este caso, de los microorganismos que transmiten enfermedades infecciosas.

Esta sencilla cosa representa un aporte para la humanidad entera, pues a partir de este método se podrán resolver, cuando la ciencia avance, más de 500 enfermedades que hoy causan la muerte de millones de personas.

Chemical Reviews publica revisiones de procesos científicos, más que nuevos descubrimientos, por lo cual es destacable que se publique, en esta ocasión, el "método" que por muchos años ha ocupado la mente de este visionario, y cuya tesonera elaboración ha servido de plataforma para muchos investigadores colombianos, que hoy trabajan en prestigiosas universidades del mundo.

La ciencia no es fácil, pues toca arrancar de una chispa: una visión, una intuición; y desarrollar después el método para traducir la chispa en realidad; a algunos con ella le vienen los procesos, a otros les toca abrir la trocha y avanzar entre la selva con el riesgo de equivocar muchas veces el camino emprendido. Rectificar y volver a empezar es lo que hacen quienes conocen de antiguo que no es asunto de soplar y hacer botellas.

Por la posibilidad de pensar en todo ello, y de imaginar una sociedad que reconozca los procesos de la ciencia y un sistema de investigación que incorpore los métodos de la preclara visión, esta noticia es refrescante, en un país acostumbrado a descubrir atajos de otro tipo, que aquí no quiero nombrar.

guzmanhennessey@yahoo.com.ar

El Nobel ya no me trasnocha


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Es genial, pero más locuaz de lo que la ciencia aconseja. Salta con facilidad del laboratorio a las páginas sociales, y de los tubos de ensayo a los titulares de prensa.

Patarroyo se vanagloria de tener 325 publicaciones en medios científicos de alto impacto.

“Hacer una vacuna es diferente de hacer una vacuna que sirva”

Dice que encontró la fórmula para producir vacunas sintéticas y eso divide las opiniones. Perfil de un hombre seguro de sus convicciones y contradictorio en sus emociones.

La oficina de Manuel Elkin Patarroyo está tapizada de diplomas. A vuelo de pájaro son más de cuarenta entre profesionales, honoris causa y distinciones de premios acumulados a lo largo de su carrera, con el Príncipe de Asturias, la medalla de Edimburgo y el Robert Koch a la cabeza.

“Uno se puede llegar a rayar. ¿Quién no? ¡Son 26 honoris causa! El único que tenía más que yo en Iberoamérica era Camilo José Cela. Vargas Llosa tiene menos”, dice. Dotado de una memoria prodigiosa, podría citar con fechas exactas el momento en que recibió cada premio, y tiene registrado en sus archivos, con el rigor de un colegial aplicado, los nombres de los científicos que también los merecieron, y subrayados en verde aquellos que más tarde fueron galardonados con el premio Nobel.

Tanta meticulosidad en el registro de los méritos suyos y los de sus colegas (que él llama “sus pares académicos”)hace suponer que calcula el día en que también se gane su propio Nobel. “Ya no. Algún día me dejé llevar por esa ambición de la vanidad, pero eso ya no me trasnocha. Lo que he hecho me trasciende, es más grande que yo, yo ya no importo”, afirma.

Y lo que ha hecho reposa sobre una mesa de juntas para ocho personas, en miles de hojas que forman gruesas columnas y que resumen buena parte de sus 33 años de investigación en la búsqueda de una vacuna sintética contra la malaria. Entre esa enorme pila de carpetas y documentos, hay un libro que vale oro. Es un cuaderno verde, algo deteriorado por el trajín y señalizado con delgadas tiras de colores, en el que Patarroyo ha registrado, día por día y experimento por experimento, el culmen de su trabajo: un decálogo de reglas para elaborar vacunas contra cualquier enfermedad infecciosa, y que acaba de ser publicado por la revista especializada Chemical Reviews, a la que Patarroyo califica, con escalafón en mano, como la más importante en el campo de la química, y la séptima en el grupo general de revistas científicas.

La noticia, que el propio Patarroyo anunció a finales del año pasado, ha sido tomada con prudencia en la comunidad científica internacional, pero ha causado enorme revuelo en los medios colombianos, por las dimensiones de la afirmación. “Si eso llega a ser cierto, Manuel Elkin Patarroyo sería el hombre más importante del mundo”, afirma el genetista Emilio Yunis, a quien Patarroyo considera un científico de primera línea. “El quid del asunto es que eso está por demostrarse”.

Un científico mediático

Nacido en Ataco, Tolima, en 1946, graduado de Medicina de la Universidad Nacional con una especialización en Inmunología en la Universidad Rockefeller, de Nueva York, donde conoció a sus más grandes mentores, entre ellos varios premios Nobel, Patarroyo se ha sabido mover igual de bien en el ámbito científico y en los círculos sociales.

Durante el bachillerato ya daba muestras de su genialidad. De hecho, cuando intentó ingresar al Colegio José Max León, tras haber sido expulsado de un colegio oficial por irreverente, el rector lo retó a resolver varios problemas matemáticos, cada vez más complicados, quizás con el ánimo de vencerlo. Pero Patarroyo los solucionó con una tremenda velocidad y se ganó el cupo.

Sin embargo, no fue un alumno brillante en la Universidad. En la facultad de Medicina de la Nacional, sus compañeros debían ayudarle cada vez que se venía un examen, porque Patarroyo se la pasaba encerrado en el laboratorio haciendo ciencia. Bien sabía que no iba a ejercer jamás y que lo suyo era la química y la inmunología, tal y como lo demostraría con creces en la exclusiva Universidad Rockefeller.

Apto para haber hecho ciencia en cualquier lugar del mundo, Patarroyo se decidió por Colombia, no solo para investigar sino para entrenar él mismo los científicos con los que quería trabajar. Famosas, por ejemplo, fueron sus cátedras en el auditorio del Planetario Distrital, donde ofrecía clases gratuitas a cientos de estudiantes que asistían de noche voluntariamente, ávidos de conocimiento.

Por eso muchos de quienes han sido sus discípulos y se hicieron científicos bajo su tutela, le guardan un respeto reverencial. “Todos los que nos dedicamos a las ciencias básicas le debemos todo a él –afirma Clara Espinel, una bióloga que trabajó con Patarroyo en el Hospital San Juan de Dios en la década de los ochenta–. El patólogo Carlos Fernando García, quien gracias a Patarroyo hoy trabaja en el Mercy Hospital de Chicago, alaba su inteligencia y su aptitud para innovar. “Sus publicaciones hablan de su trabajo. Posee una memoria y una capacidad de lectura superior al promedio. Va adelante muy rápido y tiene una muy buena visión para el futuro inmediato. Además ha entrenado a mucha gente en el campo científico. Eso es admirable”.

Pero así como ha construido una sólida imagen de investigador, con 325 publicaciones mundiales en medios especializados (no hay otro científico en Colombia que ostente un récord similar) y premios tan prestigiosos como el Robert Koch (es el único iberoamericano que lo ha recibido), así también ha forjado una imagen mediática extraña en los hombres de ciencia, que ha provocado que el ciudadano común lo vea como una estrella, un ejemplo de Colombia para el mundo como lo es Shakira en el campo de la música pop y Juan Pablo Montoya en el campo del deporte. Se codea por igual con científicos de renombre que con presidentes nacionales y extranjeros, y aun con empresarios, escritores y artistas. Aparece con frecuencia en las páginas sociales y se vanagloria de su especial amistad con el rey de España.

Quizás por orgullo o por dejarse tentar por la vanidad, un pecado capital que lo hace tan humano como cualquier otra figura pública, es sabido que a Patarroyo le gusta exhibirse y a veces no solo entre sus pares sino más allá de su ámbito. Tal actitud es la que incomoda a algunos científicos. Al fin y al cabo, una cosa es discutir entre pares y otra llenar de expectativas al público común, que no sabe discernir muy bien qué es lo que en realidad quiere decir. “En el campo de la ciencia deben prevalecer el silencio y la prudencia”, le dijo a CROMOS un discípulo de Patarroyo que quiso mantener su nombre en reserva.

La disciplina científica de Patarroyo, la del hombre sabio encerrado en su laboratorio ajeno a lo que ocurre en el exterior, contrasta con su notable figuración pública, y es quizás este contraste el que ha suscitado odios y amores. Tal vez porque habla de sus alcances científicos con un desparpajo que muchos de sus colegas definen como imprudencia. Pero Patarroyo no se inquieta frente a estas críticas inanes, que según él no tienen nada que ver con la ciencia. “La gente confunde la alegría de vivir que tengo con la irresponsabilidad. Dicen que soy un fantoche, pero la seriedad está aquí, en mis publicaciones. Lo que yo tengo es ausencia de solemnidad”.

El caso es que la abrumadora popularidad que le reportó haber desarrollado la primera vacuna sintética contra la malaria en 1986, le pasó la cuenta de cobro en los mismos medios cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) decidió dejarla inactiva por no lograr una efectividad en humanos mayor al 40 por ciento.

Quizás fue malinterpretado por la prensa. “Yo siempre sostuve que la efectividad de la vacuna oscilaba entre el 30 y el 50 por ciento”, aclara, pero ya el camino mediático había avanzado de tal forma que era fácil imaginar, fuera de los laboratorios, que aquella vacuna significaría el Nobel y, de paso, su consagración.

Lejos estaba Patarroyo de convencerse. De puertas para adentro, lejos de las cámaras, han transcurrido al menos otros 21 años de experimentación, durante los cuales ha tenido que sortear las ráfagas de quienes ponen en duda sus adelantos. “Fui testigo de muchos ataques calumniosos contra Manuel Elkin –asegura Mateo Obregón, matemático y programador que trabajó en el Instituto de Inmunología durante ocho años–. Y mientras tanto debíamos trabajar sin sueldos y sin recursos para sacar adelante un proyecto que era el de un visionario. Y eso que el presupuesto anual del Instituto equivale al de unas semanas en cualquier institución similar en Europa y en Estados Unidos”.

Las benditas manitas

Con la paciencia de un profesor de bachillerato, Patarroyo intenta explicar el trabajo que hoy lo tiene de nuevo en el centro de atención, por cuenta de decir, con una seguridad pasmosa, que ha desarrollado –¡por fin!– una nueva vacuna contra la malaria con efectividad del 90 por ciento.

Según el inmunólogo, el defecto que tenía la primera vacuna, bautizada con el nombre de SPf66, era que no detectaba con exactitud de qué manera el parásito se agarraba al glóbulo rojo del mico para infectarlo, y así era muy difícil generar una inmunidad eficaz. “Un colaborador, Mauricio Calvo, fue quien me lanzó de pronto la pregunta: ‘¿Qué partes del parásito son las que, en realidad, hacen que el parásito se pegue al glóbulo rojo del mono?’. ¡Bingo!, grité yo. Habíamos encontrado el concepto”.

A partir de ese momento Patarroyo y su equipo se dedicaron no solo a detectar esas partes, es decir cada una de las manitas con las que el parásito se aferra al glóbulo rojo, sino la forma de cambiarlas químicamente para que el sistema inmunológico pudiera detectarlas y generar anticuerpos específicos contra esas manitas. “El problema era que el sistema inmunológico es ciego y esas manitas estaban camufladas. Lo que hicimos nosotros fue alterarlas químicamente, de manera que quedaran visibles frente a los anticuerpos y éstos pudieran actuar con eficiencia”.

Por supuesto, no fue nada fácil. Patarroyo señala su cuaderno verde, que él llama su bitácora. “Miren. Un científico está acostumbrado al fracaso –afirma mientras pasa las páginas–. ¡Siete años de fracasos absolutos! Aquí, cero; aquí, cero; aquí, en 200 micos solo funcionó una molécula…; aquí, cero. Cuatro mil experimentos y 38.000 moléculas después, descubrimos lo que tocaba reemplazar y las reglas del juego que hay que utilizar para que el parásito de la malaria no se pueda agarrar al glóbulo rojo”. Luego cierra el cuaderno y concluye: “Esto no me lo estoy sacando del cubilete, como afirman por ahí”.

Lo revolucionario del concepto es que, según Patarroyo, esta misma técnica no solo sirve contra la malaria. “El que siga estos principios, estará en capacidad de fabricar vacunas contra cualquiera de las 517 enfermedades infecciosas como lo hicimos nosotros, sino en seis meses, si mucho un año”.

Un hombre demasiado locuaz

Sin embargo, ante semejante descubrimiento, Patarroyo parece haber caído nuevamente en la figuración mediática que tantos dolores de cabeza le ha producido en el pasado. Al menos eso es lo que piensa Emilio Yunis.

Patarroyo ha garantizado una y otra vez en las últimas semanas que la nueva vacuna contra la malaria es 90 por ciento efectiva, gracias a los resultados que arrojó su experimento con monos. “Solo hace falta ensayarla en humanos –afirma con resolución absoluta–. Pero estoy convencido de que tendrá la misma efectividad porque ambos sistemas inmunológicos son prácticamente idénticos”.

Pero mucho teme Yunis que Patarroyo esté pensando con el deseo. “Una cosa es decir que la vacuna es efectiva en micos y otra muy distinta comprobar que es efectiva en humanos –advierte el genetista–. Y si dice que solo hace falta ensayarla en humanos, ese ‘solo’ es un solo muy grande. Porque por el momento lo que tiene Manuel Elkin es una conjetura, que la ciencia no avalará sino con su demostración en humanos”.

La propia revista Chemical Reviews no tiene el mismo optimismo que Patarroyo. “Lo que dice es válido, pero puede que no sea posible –argumenta Robert Kuchta, editor asociado de la publicación–. Hacer una vacuna es diferente de hacer una vacuna que sirva”.

Aun así, nadie parece poner en duda que el decálogo de Patarroyo es un avance enorme en la búsqueda de vacunas sintéticas. “El estudio molecular que acaba de presentar es admirable y es una bofetada a quienes decían que había fracasado”, dice la bióloga Clara Espinel. Y no lo ponen en duda por una sencilla razón: si los científicos se miden por sus publicaciones, Patarroyo tiene de sobra para competir con cualquiera. “Yo no voy a discutir con alguien que no me dé la talla en papers. No es por soberbia, sino porque así funciona la ciencia, discutimos entre pares –afirma–. Si Chemical Reviews, por ejemplo, me detecta un error, me preocupo. Si mi par me hace anotaciones, bienvenidas. De resto es banalizar la ciencia”.

Pero falta ver qué sucede cuando la vacuna se ponga a prueba en humanos. Como dice Carlos Fernando García: “Quienes lo estimamos y lo admiramos, lo que más quisiéramos ver son los resultados de sus proyectos en revistas como Science o Nature y luego el de sus trabajos clínicos en New England Journal of Medicine o en Lancet. Esto sería la culminación exitosa de un persistente e intenso trabajo de más de treinta años con muchos altibajos y enfrentando adversidades prácticamente solo. De paso, daría por terminadas las polémicas en los medios no científicos”.

Fernando Gómez y Gloria Castrillón | Cromos.com.co
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jueves, 7 de abril de 2011

El error que tienen en este país es que quieren ser fuertes en todo


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Colprensa

Es uno de los pocos islotes en un mar de incompetencias y vacíos. Y no porque los demás científicos colombianos sean ineptos, sino porque en este país la ciencia importa un bledo y los recursos disponibles se gestionan mal.

El resultado, denuncia Manuel Elkin Patarroyo, no puede ser más nefasto. "El presupuesto que ha gastado Colciencias en cuatro décadas es el mismo que utilizó Estados Unidos en descubrir la luna en diez años, de $250 mil a $300 mil millones anuales, y no se ha lanzado ni una pelotita", dice con sorna el investigador.

Está feliz en estos días por la publicación en la prestigiosa Chemical Review de un estudio elaborado por su menguado equipo, que demuestra que existe una metodología lógica, racional, para desarrollar vacunas sintéticas que combatan las más de 500 enfermedades infecciosas que existen.

"Como decía el actual director de Colciencias, esto es una piñata. El error que tienen en este país es que quieren ser fuertes en todo y son débiles en todo. Alemania, es fuerte en química, Inglaterra y Estados Unidos en biología molecular, en farmacia, Suiza. Aquí pretendemos saber de todo", agrega.

¿Y qué debemos hacer?
Los países, al igual que las instituciones, deben fortificarse en ciertas áreas y tener escuelas, aquí no hay escuelas. Hace 17 años propusimos crear 16 centros de investigación en un periodo de 25 años. Entre ellos, un instituto de aguas, uno de generación de energías renovables, otro de productos naturales pero que puedas patentar, uno más de trasplantes porque los paisas son muy buenos, el de etnolingüística en el Amazonas... Pero no se ha creado ni uno.

¿Ocurre lo mismo en el resto de Latinoamérica?
Cuando uno ve cómo está el mundo, el que está atrasado -fuera de África- es América Latina. Los únicos que se salvan son Brasil y México, el resto, que entre el demonio y escoja. Por ejemplo, en los 85 años de existencia de Chemical Review, fundada como órgano oficial de la Sociedad Americana de Químicos, España publicó 80 papers, Brasil 7, Argentina 1 y nosotros, 2 (de su autoría).

¿Por qué estamos estancados?
El edificio de la ciencia no se construye de un día para otro. España, por ejemplo, lleva apenas desde 1968 dedicada solo a construirlo. Hoy tienen una masa crítica excelente, pero no pueden pretender alcanzar a los alemanes, que empezaron en 1460. Por más que corramos en Colombia, por más dinero que inviertan en nosotros, nos demoraríamos de dos a tres generaciones en llegar a donde está España ahora mismo.

Un país que no tenga un nivel de ciencia aceptable, ¿está condenado al subdesarrollo?
No es solo hacer ciencia, es que si hay gente estructurada en ciencia le pueden decir a los empresarios hacia dónde van las cosas, traducirles el lenguaje universal de la ciencia, para que inviertan. Se está viniendo una nueva revolución por ahí. Nuestro atraso deriva en que, al no tener una masa crítica de científicos, no se generan nuevos conceptos que puedan jalonar (la economía).

¿Cuál es el problema? ¿Presupuesto? ¿La juventud no tiene interés?
Mi gente que está en el exterior me dice, para qué volvemos. Miren como lo tienen golpeado a usted, regresar para qué. Hacemos una carrera académica ascendente por fuera, a qué vamos allá.

Pero los países que valoran a sus científicos avanzan…
Cuando nos los tienen los compran para que formen escuela, eso es lo que no existe en América Latina.

Usted forma cada año a muchos de ellos, pero casi todos, desgraciadamente, se van.

He educado más de 600 en 35 años de carrera, y en Colombia no quedan 150, el resto está repartido por el mundo y con mucho éxito. En Bogotá ya no me quedan sino dos o tres personas por área; antes éramos 115 y quedamos 45. Cuesta mucho dinero sacar un doctor, unos $500 millones.

¿No será que en Colombia la sociedad es inmediatista, si usted se ganó el Príncipe de Asturias en el 94 y no tiene la vacuna ya, dicen que no sirve?
Sí, es así. Desafortunadamente nuestros países son inmediatistas y arribistas. Estas son carreras de muy largo aliento, llevo 35 años en esto y apenas ahora estoy viendo resultados.

domingo, 3 de abril de 2011

Perfil de Manuel Elkin Patarroyo, un hombre de odios y amores


>> Ver artículo en EL TIEMPO

Por: CARLOS F. FERNÁNDEZ - SONIA PERILLA S. | 7:54 p.m. | 02 de Abril del 2011


Patarroyo no ha recogido su diploma de médico en la Nacional: 'Dijeron que debía sellarlo y firmarlo, y no sirvo para eso. Odio los formalismos'.

Sus detractores lo califican de charlatán y publicaciones científicas y pares validan su trabajo.

Manuel Elkin Patarroyo tenía nueve años cuando leyó por primera vez sobre las vacunas. Se trataba de un cómic que recogía la historia de Louis Pasteur, y que según el psiquiatra Ismael Roldán, su amigo desde hace 35 años, le marcó la vida. Esa fue la forma como el sargento de la Policía Manuel Patarroyo Leyva y Julia Murillo, papás de Patarroyo, lo mantenían entretenido en medio del encierro en el que vivía junto con sus cuatro hermanos, en Girardot (Cundinamarca), a donde llegaron luego de que la violencia los sacó de Ataco.

Dejó claro su deseo de hacer vacunas desde su ingreso, en 1965, a la facultad de medicina de la Universidad Nacional. Tenía 18 años y lo primero que hizo fue buscar a los profesores que investigaban, entre ellos a Emilio Yunis, el más connotado genetista de América Latina. Con él aprendió los principios de la genética y dio inicio a una carrera académica que comenzó al lado del virólogo Ronald Mackenzie, y que lo llevó a las universidades de Yale y Rockefeller (Estados Unidos), donde trabajó, entre muchos otros, con el inmunólogo Henry Kunkel y el Premio Nobel de Química Bruce Merrifield, que es uno de sus mentores.

Desde comienzos de los 80, concentró sus investigaciones sobre vacunas sintéticas en el Instituto de Inmunología de Colombia, que ha sido el escenario de la mayoría de sus logros y ratos amargos.

Estudiantes y pares lo califican como un trabajador incansable, creativo y riguroso; de eso dan fe los 325 'papers' publicados por él en revistas de alto impacto en ciencia, como Nature, The Lancet, Journal of Infectious Diseases y Chemical Reviews.

Pese a eso, Patarroyo es blanco de polémica y descalificaciones.

El disparador fue, curiosamente, el hallazgo que lo hizo famoso: la creación de la primera vacuna sintética contra la malaria, en 1986. Eso lo convirtió en una especie de estrella de la ciencia, sobre la que todo el mundo puso la lupa.

Sin embargo, la baja efectividad que la vacuna obtuvo en diferentes ensayos llevaron a sus críticos a tildar el trabajo de fracaso. Ahí empezaron los problemas, sobre todo en Colombia, donde muchos han justificado que el Estado le niegue recursos a su trabajo.

Patarroyo -que asegura que tras el interés de desprestigiarlo hay multinacionales que se afectan con sus estudios- dice que si no fuera por los recursos que le entregan el gobierno español y la Universidad del Rosario, no hubiera podido seguir adelante.

La reciente publicación en Chemical Reviews, la revista de química más importante del mundo, de una investigación a través de la cual presenta las bases para elaborar vacunas sintéticas contra la mayoría de las enfermedades infecciosas, es la forma en que responde por su trabajo.

"En ciencia se habla con 'papers', así como los magistrados lo hacen con sentencias", dice Yunis, que se refiere a Patarroyo como un científico brillante y persistente, "uno que sabe para dónde va".

El genetista Elkin Lucena afirma que muchos de quienes critican tanto a Patarroyo le tienen envidia: "Es un hombre especial, viene de abajo, es dueño de una terquedad terrible y no se le ha arrodillado a nadie", dice.

La doctora Ángela Restrepo, la mujer más destacada en ciencia en Colombia, dice que Patarroyo es un "científico cabal, que persigue sus metas sin desfallecer. Es persistente, aguantador y visionario".

Quienes antes lo criticaban a viva voz, han preferido guardar silencio en esta oportunidad, a la espera de que lo propuesto en la teoría se lleve a la práctica.

En lo personal se dice de él que es "farandulero" y hasta "pantallero". Patarroyo es consciente de que no le gusta a todo el mundo: "No voy con los formalismos y eso choca, pero eso nada tiene que ver con la ciencia; puede que digan que la primera vacuna no funcionó, o que soy un pantallero, pero científica, ética y moralmente, nadie me ha cuestionado", dice.

Un trabajo reconocido

Estos son tres de sus logros mundiales

1. El 26 de enero de 1986 Patarroyo anuncia la primera vacuna de la historia, químicamente producida, contra la malaria.

2. Fue galardonado, el 31 de octubre de 1994, con el Premio Robert Koch, por su trabajo pionero en el desarrollo de la vacuna sintética contra la malaria.

3.Chemical Reviews, la revista de química más importante del mundo, publica, el 28 de marzo, el método para el desarrollo de vacunas sintéticas.

CARLOS F. FERNÁNDEZ - SONIA PERILLA S.
REDACCIÓN SALUD

Manuel Elkin Patarroyo: "Siempre he sido un lobo solitario"


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Por: Lisbeth Fog * / Especial para El Espectador
A punta de ensayo y error, su vacuna parecería cada vez más cerca. En ciencia, esto puede significar aún varios años.

El inmunólogo Manuel Elkin Patarroyo lleva años tratando de resolver la pregunta que se formuló desde 1970: ¿cómo lograr una vacuna sintética? Esta semana hizo un nuevo anuncio que alertó al país y trascendió fronteras. ¿Está más cerca de lograrlo?

El Espectador quiso ir más allá del promisorio anuncio sobre el logro de la vacuna sintética, ya no solamente para la malaria, sino para 517 enfermedades infecciosas que matan a 17 millones de personas al año. ¿Noticia? Por supuesto. ¿Realidad? Más científica que de salud pública… Aún no podemos vacunar a nuestros hijos contra ellas. Pero la revista Chemical Reviews, la séptima más leída por la comunidad científica, le abrió sus páginas para que informara sobre el alcance de sus investigaciones. El camino no está del todo recorrido. El científico habló sobre sus aciertos y fracasos.

¿Cómo empezó todo?

Estábamos trabajando en una vacuna contra la tuberculosis (TB), pero nos estrellamos porque al curí, el modelo en el cual se pueden ensayar las vacunas contra esta enfermedad, le da TB hasta con la misma vacuna.

¿Por eso cambió de TB a malaria?

Porque el modelo experimental no era el apropiado. Podía resolver rápidamente el problema químico, pero no el inmunológico.

¿Por qué una vacuna sintética?

Primero, por el bagaje donde había estudiado, en Rockefeller University, donde estaba Henry Kunkel, quien junto a su alumno Gerald Edelman averiguaron la estructura química de los anticuerpos. Pero a 20 metros tenía su laboratorio el profesor Bruce Merrifield, quien hacía lo opuesto, síntesis química de proteínas y por eso a Edelman le dieron el Premio Nobel en 1972 y a Merrifield el de Química en 1984. Yo prácticamente me crié en ese medio, ni siquiera fue algo planeado. Por eso desde el principio pensé en vacuna sintética.

¿Cómo funcionaba la primera vacuna que anunció contra la malaria, la SPf66?

Mezclé los dos componentes: no la trabajé solamente contra el merozoito (el segundo estado del parásito en el organismo humano), sino que incluí un pedacito del esporozoito (etapa embrionaria). Es la primera vacuna multiestadio, porque incluye las dos fases.

¿Cuál fue la razón por la cual la SPf66 obtuvo resultados diferentes en los ensayos realizados en diferentes países?

Variaciones genéticas de la población de los individuos.

¿Y frente a los realizados en los ensayos en Mozambique y Tailandia, donde la vacuna no demostró eficacia?

La de Tailandia no fue producida por nosotros sino por el ejército de los EE.UU. En Mozambique el estudio falló porque la estrategia en recién nacidos debe ser completamente diferente, porque el sistema inmune del recién nacido no está desarrollado.

¿Les faltaban todavía algunas piezas para armar el rompecabezas de la vacuna?

Sin duda. Para mí quedó muy claro desde el principio que al no lograr yo superar el 55% (de efectividad), el vaso lo tenía medio vacío y que por consiguiente tenía que frenar en seco, independientemente de que se me viniera el mundo encima, y dedicarme a buscar lo que faltaba. Era deshonesto de mi parte, sabiendo que las vacunas imperfectas pueden llegar a incrementar el riesgo de desarrollo de la enfermedad.

¿Cuáles son las ventajas de una vacuna sintética?

En las vacunas sintéticas usted puede modificar las moléculas, puede producir grandes cantidades, son estables, se mantienen a temperatura ambiente, cada lote es reproducible, lo que no pasa con las biológicas. Además son baratísimas.

Mencionó dos fases de evolución del parásito en el organismo del ser humano. ¿Le apuntan ahora a una de ellas en especial?

Lo que hemos descrito hasta el momento es la fase que se encuentra en la sangre, el merozoito, que es el “segundo anillo de seguridad”. Pero tenemos muy avanzado el primero. Estamos trabajando a fondo para tener una vacuna que proteja contra las distintas etapas de la enfermedad.

En este momento, lo que tienen claro es el mecanismo por el cual se infecta el glóbulo rojo, que es la segunda fase.

En el 90%.

¿Qué secretos han revelado estos estudios?

Primero, el concepto: para poder desarrollar vacunas hay que buscar los fragmentos con los cuales los microbios se agarran a las células. Segundo, que esos fragmentos son invisibles al sistema de defensas. Tercero, que había que cambiar ciertos aminoácidos. Cuarto, que eso lleva a unas características estructurales de las moléculas que tienen reglas propias, independientes de la enfermedad; eso permitía ajustar perfectamente la molécula o el fragmento modificado en lo que se denomina la sinapsis del sistema inmunitario para activarlo y producir las defensas. Esos son algunos de los secretos del decálogo planteado.

Ahora hay una segunda generación de la vacuna y la han llamado Colfavac (Colombian Falciparum Vaccine) ¿En la práctica, cómo han demostrado la efectividad?

A nivel de la etapa que invade al glóbulo rojo, fue relativamente sencillo (en los ensayos con monos). Sin embargo, a nivel de la fase del hígado es muy difícil. Por eso decidimos dejar este primer anillo de seguridad para el futuro, cuando ya tuviéramos reglas del juego.

¿Cuál ha sido la efectividad de los ensayos con micos?

Esta nueva mezcla que tenemos da el 90%.

¿Iniciará ensayos en humanos?

Primero tengo que patentar y el problema es que eso vale cerca de medio millón de dólares. Segundo, hay que escribir los protocolos de acuerdo con los principios jurídicos y bioéticos. Hoy en día hay unos criterios muy difíciles porque no se pueden hacer ensayos ni de drogas, ni de vacunas en gente que tenga dependencia jerárquica y eso complicará la selección del personal. Tercero, debo producir tres lotes distintos de cada molécula para tener siempre un punto de referencia. Debo hacer contratos con laboratorios de empresas privadas que tengan buenas prácticas de laboratorio, pero como no hay nadie que haya hecho síntesis de proteínas químicas, eso vale cualquier cantidad de dinero. Esto no va a ser antes de un año, acelerando el proceso.

¿Cuál ha sido la inversión de esta investigación?

Desde que nos organizamos como laboratorio en 1978, llega a $80.000 millones.

¿Y cuánto le falta?

Yo vivo el día a día, no le pongo cuidado a eso.

Pero la patente, ensayos en humanos…

Además del funcionamiento del laboratorio serían entre 3 y US$4 millones.

Frente a la vacuna de Glaxo Smith Kline, ¿cómo es esta relación?

Si usted suma lo recibido para crear dos institutos, para educar a 1.108 personas, para sacar 30 doctores, 100 másteres, para hacer la investigación de 360 publicaciones mundiales, eso no es nada, porque Glaxo ha invertido sólo en esa vacuna, sin hablar de los laboratorios, US$1.000 millones. Lo nuestro es escasamente un 5% de lo que ha invertido Glaxo.

Sin embargo, Glaxo ya está en ensayos humanos y ¿qué tan efectivos han sido los resultados?

Van desde el 8 al 47%.

La publicación se basa en estudios del parásito de la malaria. Pero ustedes han dicho que los hallazgos permiten extrapolar las conclusiones y aplicarlas a 517 enfermedades infecciosas. ¿Es eso así de simple?

Estamos hablando de moléculas, no de microbios. Estas son reglas de las moléculas y da lo mismo si es bacteria, parásito o virus.

Lo que su grupo de investigación puede mostrarle al mundo es el concepto, no es aún la vacuna.

Póngalo en letras mayúsculas. Es el concepto y el método, y un producto que es una vacuna contra la malaria al 90%.

Probada sólo en monos.

En monos.

¿Se aliará con otras entidades científicas para lograr una vacuna que sirva para humanos?

Yo siempre he sido un lobo solitario, porque muchas veces en las alianzas si bien es cierto se pueden potenciar las cosas, también pueden volverse más lentas. Prefiero tener un grupo sólido aquí adentro. Las asociaciones serán fundamentales en el momento cuando se comiencen las vacunaciones masivas; en la investigación no.

Treinta y tres años de investigación, tanto conocimiento y tantos resultados, ¿ha significado también muchos fracasos?

Cantidades. Como la ciencia es un camino que no está escrito, yo fracaso entre el 95 y el 99%, y no ha sido por perezoso, ni por indisciplinado, ni por ignorante, sino por la complejidad del problema. Pero ya estamos al final del túnel, ese 5 o 1% ya es un faro enormemente grande.

¿La SPf66 fue un fracaso?

No fue fracaso. Llegó hasta donde debía llegar debido al conocimiento de esa época.

* Periodista científica


Lisbeth Fog * / Especial para El Espectador | Elespectador.com Tags de esta nota: Malaria Manuel Elkin Patarroyo

sábado, 2 de abril de 2011

Editorial: Vacunas a la colombiana

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Por: REDACCIÓN ELTIEMPO.COM | 8:51 p.m. | 01 de Abril del 2011



Lo novedoso de la investigación de Patarroyo y su equipo es la vía que proponen para crear vacunas.

Con expectativa y una prudente cautela: así recibió el mundo el más reciente anuncio del científico colombiano Manuel Elkin Patarroyo y su equipo de la Fundación Instituto de Inmunología de Colombia (Fidic).

No es para menos, si se tiene en cuenta el tamaño de la propuesta de los investigadores criollos, construida paso a paso a lo largo de 33 años y soportada en por lo menos 300 artículos científicos publicados durante ese tiempo, en revistas tan reconocidas como Nature, The Lancet y Journal of Infectious Diseases.

Chemical Reviews, la publicación científica de química de mayor impacto en el mundo científico, divulgó dicha investigación, que postula las bases que permitirían a laboratorios del mundo crear vacunas sintéticas. En otras palabras, da la 'receta' para fabricarlas contra muchas infecciones, en un mundo en el que la resistencia de las bacterias crece y en donde rara vez se investiga para hallar un antibiótico. Eso, per se, es importante. Dos de ellas, producidas a partir de estos principios, ya han sido dadas a conocer en los últimos tres meses por la Fidic: una sintética contra la malaria, que alcanzó, de acuerdo con los investigadores, una efectividad del 90 por ciento en monos Aotus y que será ensayada en humanos. La otra es contra el estreptococo, la bacteria causante de la fiebre reumática, que desarrolló en colaboración con científicos del Brasil.

Lo novedoso del asunto, y por lo cual Patarroyo y su equipo son reconocidos, es la vía que proponen para producir vacunas. Los biológicos con los que hoy se cuenta se elaboran utilizando al microbio causante de la infección (entero, mutado, muerto o fragmentos de él). Cuando estas sustancias se introducen en el cuerpo, estimulan el sistema inmunológico para que produzca defensas contra él. La idea es que cuando la persona vuelva a entrar en contacto con el germen, su organismo pueda defenderse.

El problema es que esta vía de elaboración de vacunas, la biológica, es limitada. Como la gran mayoría de estos microorganismos logran hacerse invisibles para el sistema inmune, este no puede generar defensas contra ellos. Uno de esos patógenos esquivos es el Plasmodium falciparum, causante de la malaria.

Para Patarroyo y su grupo, este parásito es un viejo conocido. En el laboratorio han luchado por décadas, a brazo partido, por descifrarlo, con miras a generar una vacuna para contenerlo.

El trabajo divulgado en Chemical Reviews recoge los resultados de todas esas batallas. Muestra que los investigadores de la Fidic no solo descubrieron la forma como el Plasmodium engaña al cuerpo, sino que identificaron las partículas que dañan al organismo e inventaron la forma de fabricarlas, una por una, en el laboratorio. Luego, las modificaron para que el cuerpo las identifique y reaccione, produciendo defensas suficientes y permanentes que actuarán en caso de que la infección llegue. En teoría, estos principios servirían para elaborar vacunas sintéticas contra más de 500 microorganismos responsables de graves enfermedades, como el dengue y la tuberculosis.

La cautela, hay que insistir en eso, es una norma en ciencia. Es normal que se escuchen voces que critiquen o manifiesten dudas sobre los hallazgos; eso, al igual que los fracasos, forma parte del proceso científico. Pero hasta las críticas deben ser prudentes: si bien Patarroyo ha sido blanco de descalificaciones, no se puede desconocer que, de lejos, es el científico más productivo del país. Engañar a los pares que calificaron esta investigación es más difícil que inventar vacunas. De comprobarse en la práctica este avance, Patarroyo y su equipo le habrán dado un quiebre a la ciencia.

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