sábado, 13 de agosto de 2011

SE NECESITAN MAESTROS Y ECOLOGISTAS INTELIGENTES

El lapidario informe sobre los pobres resultados de Colombia en las pruebas PISA, Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes, es la enésima comprobación de los errores cometidos por quienes definen las políticas educativas del país, incluida la formación y la remuneración de los docentes. Ningún sistema educativo puede ser mejor que la calidad de los maestros que forma.


Las pruebas, que se aplicaron a 470 mil estudiantes de 65 países, 8 mil de ellos colombianos, dejó en claro que el 40 por ciento de los estudiantes de Bogotá, Medellín y Manizales no logran niveles aceptables de desempeño, pese a que sus resultados son superiores a los del resto del país. Colombia obtuvo un promedio de 413 puntos, lejos de los 494 del promedio internacional.

Avances importantes muestra Bogotá, que se ubica por encima del promedio nacional, mientras Manizales y Medellín estuvieron apenas cerca de la media. También está por encima de los puntajes de seis países latinoamericanos en lectura y ciencias naturales y en matemáticas supera a Brasil y Argentina. Algo se está haciendo bien allí, ojalá el próximo alcalde refuerce en lugar de desmantelar un equipo digno de observar e imitar en beneficio de los estudiantes y del país, no de cuotas políticas y burocráticas negociadas con anterioridad.

De acuerdo con los resultados de PISA, el 47 por ciento de los estudiantes colombianos de 15 años no logra el nivel mínimo adecuado de lectura para desempeñarse en la sociedad y apenas el 17 por ciento de estos resultados están asociados con las condiciones socioeconómicas de los jóvenes. La brecha entre colegios oficiales y privados es muy grande. En Medellín y Bogotá, los colegios privados aventajan a los públicos en cerca de 50 puntos, lo que equivale a más de un año de escolaridad, oscuro escenario que explica muy bien lo que eufemísticamente se denomina “en vías de desarrollo” pero que no es más, con poquísimas excepciones, que la incapacidad para pensar, por interés, ignorancia o negligencia, en el futuro del país y de sus gentes.


En ciencias, el 39 por ciento de los jóvenes evaluados de Bogotá, el 52 por ciento de Medellín y el 51 por ciento de Manizales no alcanzaron los desempeños mínimos aceptables, es decir, tienen limitaciones para usar el conocimiento científico para beneficiarse de oportunidades de aprendizaje futuras. Y en cuanto a su habilidad para encontrar y comprender textos publicados en Internet, la lectura electrónica, la cuestión es peor, lo cual resulta imperdonable si se considera el positivo impacto ecológico que supone reducir la fabricación y el consumo de papel. Se requieren ecologistas y conservacionistas inteligentes y maestros que entiendan que lo importante no es tener muchos computadores sino saberlos utilizar.

La solución no está únicamente en aumentar el porcentaje del PIB que se invierte en educación. Colombia en particular tiene que invertir más en ciencia, tecnología e innovación, algo absolutamente necesario en un país donde se gasta más en la guerra que en la formación de recurso humano competente, ni en aumentar el número de horas de clase semanales, sino en optimizar tiempo y recursos para lograr que los jóvenes estudiantes alcancen aprendizajes realmente significativos, es decir, no simplemente consignados en el PEI para llenar requisitos sino activa y sistemáticamente aplicados en el aula y en la vida. Un colegio rico dispondrá de más y mejores recursos que uno pobre, pero no necesariamente hará buen uso de ellos ni formará estudiantes más hábiles o personas mejores, como lo demuestra la existencia de los llamados delincuentes de cuello blanco.

Si bien los colegios son empresas, lo son de un tipo especial, son fábricas de personas; de poco o nada sirven instalaciones lujosas, abundancia de equipos, recursos y marketing cuando se dejan de lado valores esenciales e insustituibles que van más mucho allá de exhibir un “muy superior” en las pruebas de estado o un aviso enorme a la entrada. Es aquí donde juega un papel fundamental la visión de directivos y docentes, terreno en el que por fortuna existen instituciones capaces de romper el molde y producir buenos resultados, concretos y medibles, en los que la calidad humana, la imaginación y los sueños grandes ocupan un lugar semejante al del flujo de caja, donde ser un buen ser humano no es menos importante que ser un buen ingeniero.

El Colegio Campestre Oakland, para mencionar un ejemplo destacable y bien significativo de lo que es darle al estudiante las mejores herramientas para su vida, logró establecer una alianza con la Agencia Espacial Estadounidense, NASA, que le permite llevar grupos de estudiantes destacados a los Estados Unidos para que conozcan y aprendan sobre el terreno, en sus propias instalaciones y bajo la guía de expertos, como se diseñan y construyen los ingenios mecánicos y electrónicos con los que se realiza la exploración espacial, lo que se espera de ella, lo que implica para la humanidad y la calidad y cantidad de conocimiento que demanda.

Por supuesto implica un gran esfuerzo para el colegio, los padres de familia y la misma NASA, pero a nadie escapa la diferencia que hay entre los PEI que nos hablan de maravillas irrealizables y utópicas y el diseño, armado y puesta en funcionamiento de un robot, hecho por los estudiantes con sus manos y su conocimiento. Este es un buen ejemplo de un sueño perseguido y alcanzado a base de tesón y esfuerzo conjunto y, sobre todo, con un conocimiento exacto del potencial de los estudiantes y de las necesidades del país.


Otra de estas instituciones diferentes e importantes es la Fundación Instituto de Inmunología de Colombia, FIDIC, que dirige el profesor Manuel Elkin Patarroyo, centro de investigación de excelencia, cuya labor no se limita a la investigación para desarrollo de vacunas, sino que incluye la formación de investigadores de primer nivel en uno de los países con menor cantidad de Doctores y graduados con Maestrías en Latinoamérica.

Actualmente en Colombia hay cerca de 4000 doctores, cifra que está bastante lejos de los 40000 propuestos en 1994 por el Informe de la Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo, conocida como la Misión de Sabios, de la que formaron parte, entre otros, Ángela Restrepo, Gabriel García Márquez, Rodolfo Llinás y el mismo Manuel Elkin Patarroyo.


El Oakland, sin muchos computadores, propaganda ni maravillas de papel pero con gente llena de mística y con objetivos claros y realizables y la FIDIC, haciendo ciencia de punta, formando investigadores jóvenes y pensando en el bienestar de la humanidad, son instituciones que nos permiten pensar que en un futuro no muy lejano los magros resultados de las pruebas PISA sean cosa del pasado y la ciencia que salva vidas, hecha en Colombia por colombianos capaces, una realidad.


Presenciar el encuentro de las personas que forman estas dos instituciones resultó ser un verdadero regalo para el intelecto y el espíritu. Sin duda hay en ellos una luz de esperanza para Colombia. Que no se apague.

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