miércoles, 4 de diciembre de 2013

UN FALLO PELIGROSO PARA LA INVESTIGACIÓN EN COLOMBIA


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A propósito de un artículo publicado en Vanguardia Liberal. 

El fallo del Consejo de Estado que priva al Profesor Patarroyo de la utilización de monos para realizar las pruebas de los péptidos candidatos a vacuna tiene profundas y graves implicaciones para toda la comunidad científica nacional, especialmente para la que utiliza animales para el desarrollo de medicamentos, vacunas y procedimientos 


Foto Revista Gente

médicos, lo que a la larga redundará en mayores índices de morbimortalidad para la población colombiana. 

No se trata únicamente de la vacuna contra la malaria de Patarroyo sino de todo el universo científico y académico nacional, ad portas de tener que limitarse a las pruebas in vitro y a exposición teórica de sus hallazgos, elementos útiles pero no suficientes.


No digo comunidad internacional porque es muy difícil que más allá de nuestras fronteras se den fallos tan absurdos como este y el que prohíbe las infecciones nosocomiales por decreto, para mencionar solo dos, lo cual demuestra, una vez más, que un magistrado lleno de buenas intenciones pero sin el apoyo, el conocimiento y la experiencia necesarios para comprender de manera integral un 
problema tan complejo termina  equivocándose en materia grave.


La señora Maldonado, la demandante, sugiere la creación de criaderos de micos, propuesta llamativa a primera vista, pero ignora los problemas inherentes a su propuesta. Las tasas de reproducción de monos en cautiverio son muy bajas, el sistema inmune se modifica al no tener los depredadores ni enfermedades que tendría en el bosque, la mayor probabilidad de apareamientos endogámicos introduciría mutaciones genéticas en la especie, entre alimentación y medicamentos, sin contar gastos de infraestructura ni veterinarios, cada mono cuesta alrededor de seis millones de pesos por año, más de lo que devengan muchas familias colombianas, y, lo más importante, no serían aptos para vivir en la selva lo cual obligaría a sacrificarlos o a asumir los costos de su manutención durante un periodo de vida cercano a los 20 años, lo cual no sucede con los monos tratados y liberados en su hábitat natural al terminar las pruebas.

  
El Congreso pudo haber discutido las similitudes o diferencias entre seres humanos y monos, pero eso no garantiza que sus conclusiones, si las hubo, sean correctas. Las autoridades en la materia son, por ejemplo, el IGUN, Instituto de Genética de la Universidad Nacional de Colombia, que avaló recientemente la existencia de poblaciones de monos Aotus autóctonas en la región amazónica colombiana lo cual le quita el piso a la acusación de traficar micos recolectados –no cazados- en las selvas de Perú y Brasil.

Estudiar un problema durante 30 o más años no puede calificarse de fracaso sino de perseverancia y convicción;  el inmediatismo no ha sido ni será una constante en el mundo científico, si así fuera muchos de los inventores que tardaron décadas en desarrollar inventos de los que hoy disfrutamos serían vecinos de Patarroyo en la galería de los fracasados de la señora Maldonado, como Pasteur, Einstein, Marconi, Gutemberg, Von Neumann y muchos otros sin los cuales la civilización que conocemos no existiría.

Para ellos este es un gran triunfo, probablemente, pero para los 200 millones de enfermos y el millón y medio de muertos por malaria cada año, la mayoría niños menores de cinco años, este es un duro portazo a su esperanza de poder acceder a vacunas gratuitas, que es lo que necesita uno de los grupos de población más vulnerables del mundo.

Hay victorias que es mejor no obtener y hay soluciones a problemas que ahora ellos, los victoriosos, deberían asumir, pero no lo harán porque tendrían que prepararse e invertir muchos años en ello, como le ha sucedido a otros que han recorrido ya el mismo camino y a ellos les gustan los resultados rápidos, con la diferencia de que Patarroyo lo ha hecho a pulso y los demás con el respaldo de chequeras muy generosas.  













  

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