martes, 8 de abril de 2014

UN ESTORBO MAS QUE SE DEBE SUPERAR

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El doloroso suicidio de Miguel Ángel Olea, un destacado estudiante que representó al país en el concurso Lunabotics Mining Competition de la NASA en el 2012, en el que obtuvo el segundo lugar entre representantes de 70 países de todo el mundo, habla de una escuela castradora e inepta, incapaz de ver más allá de sus anacrónicos preceptos disciplinarios y académicos. Al colegio le quedó grande impulsar un estudiante que se salía del montón, que si era capaz de resolver problemas de la vida real, que tenía un futuro brillante. Esa es la razón por la cual ocupamos el último lugar entre 44 países en las pruebas PISA: se premia la mediocridad, se criminaliza la inteligencia. Se pierde el año y a veces también la vida.

Miguel Ángel Olea
 Foto El Tiempo

Pero no se crea que esto ocurre solamente en los colegios: el mismo gobierno, la academia, Colciencias y el Icetex, no se han dado cuenta de que muchos jóvenes brillantes y capaces pese a la mediocridad del sistema que los deforma en lugar de educarlos, tienen que irse del país que necesita desesperadamente sus conocimientos y capacidad pero que no tiene ganas de proporcionarles aunque sea las condiciones mínimas para investigar y desarrollar conocimiento útil y soluciones inteligentes y de largo plazo.

El Profesor Manuel Elkin Patarroyo, el científico más destacado que ha producido este país, el que imaginó y creó la primera vacuna químicamente hecha en el mundo y la primera contra un parásito, trabajo que desde hace años le garantizó un puesto de honor en la historia de la medicina universal, es un paria en su propio país. El día en que tenga que irse para no morirse de hambre habrán matado la única esperanza que tenemos de ser reconocidos por salvar vidas, no por acabarla en todas sus formas. Será un día de vergüenza nacional. 

Dedicar toda la vida a investigar, educar y hacer ciencia es en Colombia un delito más grave que robarse miles de millones del erario público, lo cual se logra en pocos meses y sin mucho esfuerzo, bastan unos compinches bien ubicados y un poquito de la malicia indígena de que tanto nos ufanamos para lograrlo. El trabajo y la disciplina son para los pendejos, dicen, y nos lo creímos. 

   Foto de Archivo particular

Los jueces que aceptaron los argumentos enclenques de los acusadores de oficio de Patarroyo y su grupo son a la investigación y la ciencia lo mismo que los "educadores" de Miguel Ángel Olea y muchos otros jóvenes brillantes y promisorios a su futuro: un estorbo más que se debe superar, aunque algunos pierdan la vida en ese intento. O tengan que irse a algún lugar donde la vida humana merezca tanto respeto como los sapos, los micos y las serpientes. 

Mientras Patarroyo ofrece soluciones para problemas de la vida real como la enfermedad y la muerte de millones de seres humanos, otros inventan seis problemas para cada solución. Algunos se lucran, otros son, simplemente, parte de la comparsa vergonzante de inútiles e histéricos que se impone porque tienen dinero y poder, no porque sean inteligentes. 

Nos queda grande un científico que no tiene precio, que se sale del montón, que sí es capaz de resolver problemas de la vida real. Él y la juventud que piensa y por eso no cabe aquí son la razón por la cual nos llaman eufemísticamente "un país emergente", es decir, un país pobre, dependiente e incapaz de solucionar sus propios problemas. 

Fernando Márquez




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